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Esta es la primera crónica de la serie Adolescencia y enamoramiento LGBTQ+ de Página en Blanco.
- En la adolescencia se suele sentir intensamente y es la etapa en que muchos se enamoran por primera vez. Para muchas personas LGBTQ+ en Perú, y el resto de América Latina, no siempre es así. Hay quienes en esta fase aún no salen del closet para declarar abiertamente su orientación sexual o identidad de género, y tienen que sentir todo a escondidas y en solitario. Hay quienes sí lo hacen y pueden encontrar un entorno amigable o uno muy hostil. En esta serie, personas LGBTQ+ narran cómo fue esta época para ellos, describen los sentimientos que los acompañaron y lo que tuvieron que enfrentar.
Sebastián Pachas (23 años) es de Venezuela, pero actualmente vive en Lima. Desde muy joven, supo que no le atraían las mujeres, pero fue a los 13 años cuando descubrió más sobre su propia orientación sexual cuando pasó un verano en Estados Unidos con su familia. Él se encontraba en Cincinnati y, por medio de Tumblr, conoció virtualmente a Andrew, un joven de Kentucky.
“En Tumblr había mucha como yo, puedo decir que conocerlos me ayudó a conocerme mejor a mí mismo”, explica Sebastián. A él le gustaba Andrew, por eso pasaban días enteros hablando por video llamada. “Con el fue la primera vez que sentí algo por un chico”. Nunca llegaron a conocerse. Aun así, esta experiencia ayudó a Sebastián a descubrirse a sí mismo y asumir públicamente su orientación sexual cuando regresó a casa.
Tenía ya 14 cuando decidió revelarlo. Les contó a sus amigos. No lo tomaron como se imaginaba. Aunque no lo despreciaban directamente, ya no lo veían de la misma forma; sin embargo, encontró refugió en su hogar donde su madre le demostró amor incondicional. “De hecho yo no le conté, ella me preguntó si era homosexual y yo en lágrimas le dije que sí. Soy muy afortunado por tener una madre así”.
Sebastián se encontraba en segundo de secundaria y vivía en Puerto Ordaz, un sector de Ciudad Guayana en el estado de Bolívar. Un lugar con “mentalidad muy cerrada”, en sus propias palabras. Dice un refrán: “Pueblo chico, infierno grande”. Y en este caso era cierto, ya que la orientación sexual y la expresión de género de Sebastián eran un escándalo que traspasaba las fronteras de su colegio.
“Todo el mundo hablaba de mí. Ahí me di cuenta que las personas que consideraba mis amigos realmente no lo eran. No me defendían de los ataques del imbécil de turno, al contrario, me hacían creer que estaba exagerando. Me decían que era mi culpa por ser muy afeminado. Esto le hizo mucho daño a mi autoestima pero aprendí que sus palabras no definían la calidad de persona que soy yo en realidad. Acepto todo lo que soy, porque yo soy todo lo que quiero ser, abrazo mi identidad sin complejos”
Él está seguro que estas experiencias son las que ha forjado su carácter.



Un entorno amigable
Jordan Ricse (26 años) también reveló que es gay desde muy joven, a los 13. Él es peruano y vive en Lima. El menor de siete hijos, Jordan recuerda nunca haber estado en el clóset en su familia, pero que fue consciente de su orientación a los 12. “Fue algo muy fluido, tan normal porque jamás me sentí dentro. Siempre he sido yo en el colegio y en mi entorno familiar. No sentí la necesidad de contarle a mis amigos. Ellos sabían que si me gustaba alguien lo mencionaba con normalidad. No he tenido que hacer una declaración”.
Para Jordan, hubo varios factores que permitieron sentirse cómodo con su orientación sexual. Primero, su personalidad y carácter, que le han dado mucha firmeza en sus decisiones. “Siempre he sabido quién soy”, afirma. Segundo, su entorno y cultura familiar ha sido abierto con el tema. Cuenta que tiene primos gais, primas y tías que son lesbianas. Tercero, que en su generación han tratado el tema con normalidad, por eso ha podido hablarlo con sus amigos y compañeros del colegio.
Jordan ha estudiado en dos colegios: en uno de ellos estudió hasta el segundo grado de secundaria y en el otro el resto de grados. En ambos se sintió muy cómodo. “Siempre he sido yo. Si alguien me preguntaba, le respondía”.
Recuerda que desde que siempre se involucraba en bastantes actividades escolares, desde el primer colegio en el que estudió. Asegura que cuando se enteraban de su orientación, los compañeros hombres se le acercaban y eran muy amables. Le expresaban que lo estimaban. “Un amigo del salón de mi hermana me dijo: ‘Si te pasa algo, yo te defiendo’”.
Afortunadamente, nunca necesitó de esa protección. No recuerda ningún insulto o rechazo hacia él por su orientación. Cree que si alguna vez hicieron alguna broma fue por “chacota”, pero no con ánimo de ofenderlo.
Cuando cambió al segundo colegio, fue de la misma forma. El trato era cordial, pero, asegura, que si alguien lo molestaba él sabía defenderse. “Nunca he sido el estudiante callado o con actitud muy pasiva. Siempre he tenido una mentalidad de no mostrar dolor y que tienes que enfrentarte a los demás para que no te coman”.



Algo mal en mí
Clarissa (30 años) es de Chiclayo y es lesbiana. Ella estudió en tres colegios diferentes: 2 colegios mixtos durante la primaria y un colegio de solo mujeres durante la secundaria. El descubrimiento y aceptación de su orientación sexual no ha sido sencillo para ella. Sus primeros acercamientos a conocer sobre orientación sexual fueron por medio de una serie de televisión y una clase en el colegio. Ella cree que antes de eso había sido bastante “despistada” de su sexualidad porque nunca le habían hablado del tema.
“Mi primer despertar fue entre los 13 y 14 años. Vi la serie The L Word, protagonizada por mujeres lesbianas. Fue la primera vez que fui más o menos consciente de que me llamó la atención el tema. A partir de ahí me hice muchas preguntas, pero no cuestionando mi sexualidad porque no entendía qué me pasaba”.
El segundo acercamiento no fue voluntario y ni la mejor manera para ella. Estaba en una clase del colegio y una profesora abordó el tema. Ahí, Clarissa y sus compañeras escucharon la historia de una chica que acosaba a otra joven.
«Ella nos brindó un retrato de una mujer lesbiana como una mujer obsesiva. En cierta forma, nos dijo que estaba muy mal serlo. Eso lo interioricé. Esa es la primera vez que un adulto me habló de la homosexualidad en toda mi vida. Esto era parte de la curricular escolar”.
Clarissa explica que ha sido muy católica cuando era más pequeña y que tuvo mucha homofobia internalizada durante muchos años. Cree que por eso relacionaba a la homosexualidad con el pecado.
A pesar del miedo o de crear que sentir cariño por alguien del mismo sexo está mal, Clarissa se enamoraría de una compañera. Al inicio ella pensaba que se trataba de un cariño que sentía como por otras amigas, pero luego descubriría que era diferente.



Un nuevo compañero
Luis Ángel (36 años) también es de Chiclayo. Él es el mayor de tres hermanos. Estudió los dos primeros años de la secundaria en un colegio mixto, pero en tercer año regresó a un colegio de varones donde había estudiado su educación inicial y primaria.
Cuando volvió, encontró a sus antiguos compañeros y también a uno nuevo que era abiertamente gay —a quien se le llamará Gabriel—. A Gabriel le hacían bullying por ser considerado afeminado.
A Luis Ángel nunca le gustó que hicieran injusticias con ningún compañero. “Le tiraban cuadernazos, mochilazos. Lo pateaban. Él nunca se defendía. A veces le pegaban demasiado fuerte. Cuando lo tocaban, cuatro compañeros lo defendíamos. Yo no sabía pelear, pero me respetaban en el salón por ser un alumno ordenado, promedio y que le prestaba el cuaderno a todos. Si se metían conmigo, mi padre los cuadraba”.
Muchos compañeros le habían cogido cólera a Gabriel porque a veces los profesores castigaban a todo el salón por su culpa. Por ejemplo, cuando tocaba Natación los lunes a las 7 a.m. y el agua de la piscina estaba helada, Gabriel decidía no meterse. El maestro se enfurecía y los castigaba a todos.
“Era un chico solitario. Su papá había fallecido y su mamá vivía en Argentina. Sí lo golpeaban, nadie reclamaba. Teníamos un instructor premilitar que también le gritaba”.
Años más tarde, Luis Ángel se enteró que Gabriel en realidad era ella, pues es una mujer trans. En el 2016, en un encuentro con otros compañeros de la promoción, asistió Gabriel. “Llegó pelirroja. Conversamos y me contó que en la etapa escolar ella mantenía relaciones sexuales con varios de los compañeros que le hacían bullying. Se veía a escondidas hasta con el más vago del salón”.
Historias que no pudieron ser
Para Sebastián, la experiencia del primer amor no fue la soñada por nadie. Aún en Venezuela y en tercer año de secundaria, conoció a un chico por Twitter que se llamaba José Alejandro, quien vivía en Caracas. Él era parte de un grupo de tuiteros que eran populares en ese entonces, cada uno tenían unos cinco mil seguidores, y que Sebastián los describe como cyberbullies porque cada semana elegían a alguien para burlarse de él por “x” razón.
“Yo conversaba mucho con José Alejandro. Él me decía que le gustaba, que yo era muy inteligente. Me hizo sentir especial”.
Un día abre su Twitter y tenía cientos de notificaciones. Para él era extraño porque tenía menos de 50 seguidores. La explicación era que José Alejandro había filtrado sus conversaciones. Durante tres meses había estado fingiendo todo hasta que lo expuso en Twitter.
“Eso fue horrible. En realidad no sentía nada por mí y eso se sintió como una puñalada en el pecho porque siento que se aprovechó de mí. Filtró las fotos que le envíe y sus amigos hacían memes con eso para burlarse. Imagínate como fue para mí, tenía 13 años nada más y de repente miles de desconocidos se burlaban de mí por gusto. Sentía que el mundo se me estaba cayendo encima”.
«Llegaban treinta notificaciones por minuto de gente burlándose», asegura Sebastián. Él eliminó su cuenta e intentó reportar las publicaciones sin éxito. José Alejandro solo se detuvo cuando Sebastián lo amenazó con tomar acciones legales contra él y sus padres por filtrar las fotos de un menor de edad. “Tenía que detenerlo de alguna forma, recién ahí se disculpó, pero el daño estaba hecho”. Y la idea de que todo el mundo quería hacerle daño se implantó en su cabeza.
“Me rompió el corazón, una noche antes de que expusiera mi intimidad en twitter, me había dicho que saldríamos ese fin de semana. Yo me fui a dormir feliz pensando que lo vería pronto y al día siguiente desperté y me encontré con eso”. Fue muy difícil para Sebastián volver a confiar en alguien más.
Irse de Venezuela para Sebastián fue una forma de olvidarse de esas experiencias.



Clarissa también se enamoró, pero en su caso fue de una compañera del colegio, Rocío. Pasó en 4to de secundaria. “Éramos muy buenas amigas. Creo que a esta persona también le gusté. Me di cuenta que no era usual”.
Clarissa sentía que no podía hablar de estos temas con nadie. No sabía qué preguntar y a quién. “Lo más triste es no saber en quién confiar”.
A los 15 años, encontró refugio en el cine lésbico desde la computadora de su casa. Era el único “lugar” en el que ella encontraba a otras mujeres lesbianas. Sin embargo, las historias que le contaban las películas no eran las más optimistas. “Lost and delirious (2001) me dejó traumatizada, donde una de las protagonistas termina suicidándose. Muchas películas de lesbianas tenían como constante la infelicidad. Era muy pocas las ocasiones que encontraba una película alegre”.
Volviendo a la historia con su amiga, de quien estaba enamorada, recuerda el día que se abrazaron en la calle. “Su mamá nos vio. Luego, pasaron muchas cosas. Ella no quería que se juntara más conmigo. Luego, ella estuvo con un chico. Esa es la primera vez que me rompieron el corazón”.



Luis Ángel es consciente que nunca se había sentido atraído por las niñas. De hecho, antes de tercero de secundaria, no se había sentido atraído por ningún tipo de persona. Su descubrimiento llegó poco a poco y al mismo tiempo que el amor.
“En el colegio, había un chico que era el prospecto perfecto. Era alto y atlético. Pertenecía a la escolta y yo era de la selección de atletismo. Siempre los dos coincidíamos en nuestros tiempos de entrenamiento. Ahí nos conocimos más”. Su nombre es Víctor Manuel.
De esta manera se hicieron amigos. Comenzaban a pasar tiempo juntos haciendo las tareas. Luis Ángel sentía un cariño especial por Víctor. No sentía que era algo que estaba mal.
Un día, Luis Ángel le confesó que le gustaba. Víctor le dijo que a él también. Comenzaron a expresar su cariño cuando estaban los dos solos. Andaban de la mano y se besaban. Cuando Víctor estaba con sus amigos o compañeros de la escolta, era diferente. En esos casos, casi no se hablaban. Luis Ángel creo que Víctor necesitaba mantener su versión de “macho alfa”.
“Tercero grado era todo felicidad. Pensábamos que nos íbamos a casar, pero ya en cuarto teníamos más cuidado porque ingresó uno de mis hermanos al colegio. Luego en quinto, todos mis compañeros se habían dado cuenta y nos molestaban. A mí me decían el apellido de él y a él, el mío. Decían que éramos novios. Y es verdad porque a veces nos peleábamos y luego de una discusión nos sentábamos separados”.
Un día Víctor Manuel le dijo a Luis Ángel que estaba mal quererse. “Él me hizo ver la realidad: que la íbamos a pasar como el chico del que se mofaban”.
El baile
Jordan no recuerda que hubiese habido alguien de la comunidad LGBTIQ+ cuando estudiaba. Él era el único visible, aunque luego de terminar el colegio descubrió que varios compañeros con los que estudió habían salido del closet. Incluso, bromea que uno de estas instituciones la conocen entre sus amigos como la “cuna gay”.
Como Jordan era bastante sociable, logró conocer a más personas gais fuera del colegio. Así fue con su primer enamorado, quien era un familiar de una compañera de su salón. Incluso, este lo acompañó a su fiesta de promoción. Para poder hacerlo, Jordan y su enamorado acordaron ir como parejas de dos amigas del colegio que no tenían compañero para la fiesta. Luego, él y su pareja iban a juntarse. Incluso, lo coordinaron con los organizadores del evento.
Así lo hicieron. “Se notaba la cara de los padres sorprendidos cuando pasé con mi pareja, pero nadie me reclamó”.
Jordan considera que es muy afortunado y privilegiado en varios aspectos de su vida, por el entorno en el que pudo desenvolverse. No ha tenido malas experiencias de homofobia cuando ha caminado de la mano con su ex enamorado. En cuanto a su relación con sus hermanas mayores es normal, incluso, la primera vez fue a una fiesta gay a los 18 años fue acompañado de una ellas.
“Tengo amigos de mi edad que no salen del closet. Creo que si alguien piensa salir debe autoanalizarse y ver si está preparado. Si te choca un insulto como ‘maricón’, te va dolor tan profundamente que te puede generar un daño emocional. Es importante resguardar y proteger nuestras emociones. No hay apuro por salir. Cada persona tiene su tiempo”, explica Jordan.



El camino no termina
Hace nueve años, luego de mucho tiempo sin cruzarse, Luis Ángel vio a Víctor Manuel en la calle. Él sabía que Víctor era periodista y vivía en Israel. “Estaba con su tía. Él pasó por donde yo trabajaba. Quería salir y hablarle, pero mi cuerpo no se movió”.
Ahora, Luis Ángel no oculta su sexualidad. Vive con sus padres, quienes también saben de su orientación. “Yo no le conté a mi madre, pero yo creo que ella siempre lo había sospechado. Nunca he podido tener nada que ella no sepa. Cuando tenía 20 años y estaba en la universidad, encontró unas cartas que me escribía mi enamorado. Ellas las leyó y al final firmaba Martín. Cuando llegué a casa, encuentro un mar de lágrimas. Mi papá puso los paños fríos”.
Luego, su madre lo aceptó. Sus dos hermanos decían que ya lo sabían. Mi hermana le dijo que ahora iba a tener alguien con quién conversar de hombres.
Para Luis Ángel la familia es fundamental. “Si no te sientes apoyado por tus padres, no la haces”.
Clarissa coincide en la importancia de la familia, aunque asegura que desde que descubrió su homosexualidad su relación con ellos, a pesar de tener su apoyo, no pudo ser la misma. Antes de descubrir su orientación sexual, hablaba todo el tiempo con ellos. Cuando fue consciente de que le gustaban las chicas, nunca más pudo hablarles de la misma manera.
Clarissa es consciente de que se aisló mucho de las personas. “Si te rompen el corazón te pones a llorar sola porque no tienes a quien contar”.
Ahora recuerda algunas anécdotas sonriendo: “Yo era tan homosexual y no me daba cuenta que en cuarto o quinto de secundaria, con mi mejor amiga en ese entonces, hicimos un estudio sobre si debía haber profesoras lesbianas enseñando en colegios. Casi todas las docentes que entrevistamos decían que no. Creo que una o dos dijeron que sí. Y nuestra conclusión fue que no debían enseñar”.
También recuerda los típicos comentarios de que las chicas que jugaban al fútbol eran machonas. A ella le gustaba ese deporte y, de hecho, era parte del equipo. Lamentablemente, cerraron su equipo por los rumores de que algunas integrantes tenían relaciones homosexuales. “Yo ni sabía. Era súper despistada. Me enteré luego de acabar el colegio”.
A Clarissa le hubiese gustado vivir su adolescencia de otra forma. «Al no pasar por esa etapa en la adolescencia, uno se priva de muchas cosas. Uno vive todo esto recién cuando uno está en la universidad». Cuando estaba en el colegio, incluso, por presión social, intentó buscar un chico de quién enamorarse para decir que estaba saliendo con tal persona. Lo hizo porque ella siempre escuchaba a sus amigas hablar sobre chicos.
Confiesa que nunca llegó hablar del tema con Rocío. «Ella sabe que soy homosexual. Nos encontramos hace 3 años, pero no comentamos nada”.
Aunque mucho más segura de sí misma, cree que aún hay espacios en los que no siente la confianza de dar a conocer su orientación. “Yo no he sido lo que soy ahora. He pasado por un proceso de aprendizaje, de entender mis miedos. En la propia universidad, he tenido miedo”.
Cuando llegó a Lima, Sebastián también volvió a sentir miedo. Entró al cuarto grado de secundaria a un colegio no escolarizado porque no encontró vacante en uno convencional. El inicio tampoco fue fácil: Había tenido que dejar su hogar, dormía en un pequeño cuarto con su madre y la homofobia nuevamente apareció en Perú. “Un día un grupito de trogloditas me esperaba afuera porque me querían golpear. Hablé con el coordinador y me ayudó. Mi mamá tuvo que recogerme ese día y aunque los suspendieron ya no me sentía seguro. Entré a un círculo de ansiedad terrible y pasé un mes sin ir al colegio. Fue una época muy dura”
Las cosas empezaron a mejorar cuando cambió de colegio. Ahí encontró un nuevo grupo de amigas: Nuria, Brunella, Vanesa, Katherine. Aunque siempre había alguna persona que lo quería fastidia, recuerda a mujeres que estuvieron para apoyarlo. Su profesora María de Geografía dijo en el salón de clases que Sebastián merecía respeto y que si se portaban mal con él iba a ponerles cero a todos. Piensa en otras profesoras que lo han ayudado como Paola, su tutora, y Laura de Lenguaje.
Sebastián no se arrepiente de haber salido del closet tan joven, pero cree que si no hubiera vivido lo que le tocó quizás sería una persona diferente. “Siento que no soy yo a veces. He tenido que ponerme una armadura para protegerme. No sé si sea una representación genuina de quién soy yo en realidad”.
Hace poco vio la serie Heartstopper (2022), que narra los romances de escolares LGBTQ+,y le hizo recordar muchos capítulos de su historia. Él cree que es momento de no estar tan a la defensiva. “Tengo que entender que quizás no todos me quieren hacer daño, pienso que es hora de quitarme esa armadura y dejarla atrás. Lo que esas personas me hicieron está en el pasado y creo que la gratitud es otra forma de perdón. En el presente agradezco todas esas experiencias porque entiendo que de no ser por ellas, no me habría convertido en la persona que están viendo ahora».
Sebastián está listo para continuar. «Sobreviví el exilio y un abuso sexual, no le tengo miedo a nada ni a nadie, soy imparable. Veo el futuro con esperanzas y le doy gracias a Dios por rodearme de personas que me quieren y me aceptan por lo que soy yo”.


