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Después de seis meses de ir y venir todos los días en la misma línea de buses para dejar a su hijo al colegio, a Cecilia le sorprende que recién se haya topado con una conductora mujer ¿Qué tan escasas pueden ser para que después de todo ese tiempo haya visto a una por primera vez? ¿A qué fracción ínfima se reducen, dentro del millón y medio de buses que circulan en todo Lima?
Soledad, conductora de buses hace más de diez años, de la línea 7610 (Chorrillos – La Victoria), nos dice: “Es que yo soy de una familia de choferes”, como excusándose, como subrayando la salvedad de su caso. Cuando se le pregunta cómo inició sus actividades de conductora de transporte público, Soledad cuenta que ella y su esposo siempre tuvieron su propio bus, pero desde que el chofer al que se lo alquilaban lo chocó, prefirió tomar al “toro por las astas” y si alguien tendría que chocarlo mejor lo hacía ella misma (bromea sonriendo de forma pícara).
Según el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones (MTC), en el Perú existen alrededor de 27,828 mujeres que cuentan con una licencia de conducir que les permite trasladar pasajeros y mercadería. Pero esas conductoras de taxis, buses, camiones, coasters y trailers, constituyen solo el 2.06% de 1’321,713 personas que tienen licencia para manejar estas unidades.
Sin embargo, a pesar que son pocas las conductoras en el transporte público, no es poca la demanda de las mismas. Katya Cárdenas, gerenta de la empresa de taxis “Go ladies”, comparte con este medio que ella se dio cuenta de esta necesidad el año pasado y fue ahí cuando decidió fundar una empresa de taxis conducidos por mujeres y para mujeres.
La idea se le ocurrió cierta noche en que necesitaba un taxi y se preguntaba “¿Por qué no hay más taxistas mujeres?”, lo cual le parece más seguro para ocasiones en las que viaja sola.
Las usuarias
“Entré a un taxi y cuando vi que la taxista era mujer, me alegré mucho”; nos comparte Liz, usuaria frecuente de transporte público en Lima. “El hecho de ir con una mujer, con alguien similar a mí, alguien que comparte un físico y una fuerza parecida a la mía, me da confianza. Siento que, si ocurriese cualquier cosa, yo podría defenderme”.
Por otro lado, a Aylin Chira, aunque no le tiembla la voz cuando de encarar a un acosador se trata; el espacio público le genera miedo y ansiedad. Ella se siente expuesta a diferentes peligros cuando transita la calle. Y es por eso que se ha hecho de distintos mecanismos para sentirse un poco más segura: Estar atenta de quién camina a su lado, subir a un bus y sentarse en los asientos individuales o si son de dos sentarse al costado de una mujer, sentarse detrás del taxista cuando toma este servicio y llevar gas pimienta; son algunos de ellos.
Estas estrategias que Aylin emplea para sentirse más segura, no son únicamente de ella, sino que forman parte ya de una colectividad. Y Aylin entiende que no han nacido de la pura desconfianza, sino que están basadas en hechos que le han ocurrido a ella o a otras mujeres de su círculo, e incluso algunas nacen de su subconsciente pues como dice: “el cuerpo recuerda”.
Según un estudio realizado por el Instituto de Opinión Pública (IOP) de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), 7 de cada 10 mujeres han sido acosadas a nivel nacional y 9 de cada 10 en Lima Metropolitana, siendo el transporte público uno de los espacios en donde más se da este tipo de violencia de género.
Por tanto, tiene sentido, que cada vez más mujeres demanden la presencia de taxis conducidos por mujeres como una alternativa frente al alto grado de inseguridad que se vive constantemente. De hecho, Katya nos cuenta que cada vez hay más mujeres o familias que solicitan los servicios de taxis de mujeres, como lo demuestran las cifras: Comenzaron con 4 conductoras hace apenas unos cinco meses, actualmente ya tiene alrededor de 55 y están convocando otras 50 más y, además, planean abrir también en provincia a solicitud de sus seguidores en redes.



Ahora bien, ¿Cómo habitan las mujeres el espacio público? ¿Qué tan ajena es la calle para ellas?
Elizabeth Vallejo, investigadora y creadora del proyecto “Paremos el acoso callejero”, menciona en su estudio titulado “La violencia invisible: acoso sexual callejero en Lima Metropolitana” que, las ciudades no son iguales para las mujeres y los hombres, sino que el espacio público parece ajeno a ellas y tiene impactos concretos en sus vidas.
El no poder salir a determinadas horas, ir por ciertas zonas, o incluso no aceptar un trabajo que implique salir muy tarde ya que las expondría a un peligro mayor, son algunos de los ejemplos que nos dan las usuarias entrevistadas.
Como diría Vallejo en este estudio, si bien se han experimentado mejoras en las condiciones de vida de las mujeres en las ciudades como el incremento de sus niveles educativos, mayor ingreso al mercado laboral, mayor participación en el ámbito de la política, entre otros; la calle permanece como el ámbito “no conquistado”.
Además, explica que el acoso sexual callejero fomenta la desconfianza, el mayor enemigo de una convivencia sana en la ciudad. “Las mujeres se retraen del espacio público y, cuando deciden estar en él, lo experimentan con miedo, evitando pasar por ciertas zonas; con lo cual recorren menos espacio que sus pares masculinos o lo recorren acompañadas por otros hombres, lo que refuerza su dependencia de estos”, señala.
Existe una estructura de género desigual que podemos ver en las interacciones que se dan en el espacio público “ciertos hombres se conciben a sí mismos con privilegios sobre el espacio personal de las mujeres”, señala Vallejo. Así, por ejemplo, algunos varones creen que pueden silbar, piropear o incluso tocar a una mujer, sin que haga falta su consentimiento; nos comentan algunas usuarias.
Las conductoras
Natalia Medina Salas es conductora de Go ladies y para ella estar en el oficio le ha permitido no solo perseguir un objetivo económico sino “reivindicarse como mujer”.



“Me gusta la idea de que son mujeres las que conducen, que se dé un espacio a la mujer en este ámbito”; comenta. Ella trabaja por el día en el área administrativa de una universidad y, en el tiempo libre que le queda, trabaja como conductora. Esto último le ha permitido satisfacer la vocación social que siempre ha tenido y que dejó de practicar cuando dejó de ejercer su carrera de asistenta social.
“No se trata solo de ir de un punto a otro” comenta. “Es algo que va más allá, estás cumpliendo con un objetivo que involucra a una persona o incluso a una familia”.
Por ejemplo, nos cuenta: “Hay una niña de 14 años que va a sus clases de ballet. Ella sale de su casa, entra al carro ya vestida con su malla, sus pantis; se termina de cambiar incluso, se acomoda su ropa, su pelo, y ella va segura, su mamá se queda segura y yo voy muy contenta manejando sabiendo que ella se siente segura. Imagínate a esa adolescente subiendo a cualquier otro taxi, que no es por querer estigmatizar al varón; ya que hay muchos señores honrados, padres de familia, etc.; pero lastimosamente hay gente que no ha actuado de forma correcta.”
Asimismo, agrega que, “cuando alguien entra al carro de otro, se está poniendo a merced de esa otra persona”.



A Juana Irene Chávez, el mototaxi le permitió separarse de su marido pues le dio la posibilidad de contar con independencia económica.
Ella brinda el servicio desde hace aproximadamente diez años, y nos comenta que se siente muy cómoda en el oficio. Ha pasado de todo, dice, desde mujeres que al ser de noche se alegran y la escogen a ella de la fila de mototaxis hasta experiencias de acoso porque a veces se suben hombres “mareados” que al meter la mano por la pequeña ventanita para pagarle han intentado cogerle la pierna.
También hay usuarias, por lo general de la tercera edad, que cuando han visto que es mujer, le han hecho comentarios descalificándola y se han negado a subir diciendo: “no porque es mujer y las mujeres no saben manejar”.
“El papá de mis hijos siempre había trabajado en moto y yo poquito a poquito mirando aprendí, ni siquiera me enseñó porque él no quería que maneje moto. Así que cuando me separé tuve que lanzarme sí o sí”. Actualmente, además de la moto, Juana trabaja en decoración; pero la fuente principal de sus ingresos es el mototaxi.
También nos cuenta que cuando trabaja de amanecida es cuando mayormente las usuarias buscan a mujeres que conduzcan; la ven a ella y prefieren subirse en su moto.
¿Qué hace falta para que más mujeres se animen a ser conductoras?
Cuando se le pregunta a Natalia qué cree que hace falta para que más mujeres se animen a ejercer el oficio de conductoras, menciona que para ella se trata de paradigmas instaurados culturalmente; que ciertas profesiones u oficios están ligados a nuestro género, e incluso muchas mujeres que necesitan algún ingreso extra prefieren avocarse a ciertos oficios como los de cuidado o de ventas antes que abrirse a probar algo distinto.
Nos comenta que, como es un espacio ganado por los varones, se trata de romper esquemas e ir ganando poco a poco un lugar y; mientras más mujeres haya, más fácil será que otras se animen.
Un reporte de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), del 2017, indica que existen distintos factores que inciden en la entrada de las mujeres a los sectores de trabajo tradicionalmente masculinos como el transporte, entre ellos figura la presencia de valores patriarcales y la sexualización del trabajo que generan la idea errónea de que la mujer no es apta para ejercer estas labores. Para poder aumentar el número de conductoras se necesitarían iniciativas por parte de los gobiernos como políticas con enfoque de género que fomenten su ingreso.
Y para finalizar, como contaba una conductora: “hay muchos prejuicios que te hacen dudar, comentarios como por qué mejor no estudias una carrera, por qué mejor no haces una maestría, etc. Críticas que siempre habrá, tratando de minimizar algunas profesiones; porque tenemos esta idea de que hay unas más importantes que otras”, nos comenta. Y añade: “Pero si estás bien con lo que haces, te genera un ingreso económico a la par que lo disfrutas y contribuyes con el bienestar de otras personas, ¿entonces qué puede tener de malo? Mas bien, ¿no es acaso esa la idea? ¿Hacer algo que te haga feliz?”.