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Con los sentimientos de la más profunda humildad
yo dedico estas flores malsanas.
(Baudelaire. Dedicatoria de Las flores del mal)
Por: Hernán Yamanaka
La obra de Charles Baudelaire se conoce en la magnífica y ya desparecida librería Studium, en la plaza Francia (Lima). Las flores del mal: la tapa del libro mostraba un jarrón de rosas negras y moribundas, que llama la atención porque las rosas son flores de amor, de vida, incluso de cortejo que no se asocian con la muerte o lo oscuro. El título intrigante y el precio accesible hicieron que agotara mi propina semanal comprando el libro. Eso fue hace mucho y en este artículo recuerdo -y celebro- los doscientos años de su autor.
El malditismo
El poeta suele tener -o se resigna a tener- un aura oscura. Alcohólico, depresivo, amante de la noche, amigo de «malas juntas», habituado a sustancias: ese es el perfil de poeta, ese es el «malditismo» que parece definirlo. Detalles de malditismo hemos tenido entre nuestros vates nacionales; allí está, a guisa de ejemplo, la tierna demencia de Hernández, el solipsismo bohemio de Martín Adán o la perpetua pesadumbre que se suele atribuir a Vallejo.
Y como príncipe («primero») y epítome del malditismo está el francés Charles Baudelaire (1821-1867), poeta, ensayista y crítico reconocido como padre del simbolismo literario y de muchas vanguardias posteriores.
Baudelaire fue un «hijo de cura», título infamante que ya antes sufrieron otros como el humanista Erasmo de Róterdam (s. XVI). Huérfano desde los cinco años, soportó la dureza de un padrastro que no lo quería y a quien nunca quiso. Este padre político fue un militar en ascenso (en 1836 llegó al grado de general) y mantuvo a Charles en internados, consiguiendo así aumentar la distancia emocional entre ambos. Terminada la educación básica, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Paris; en esta época empezó su derrotero por la laxitud y nocturnidad, entre farras, consumo de hachís (con el escritor y químico Louis Ménard) y continuas visitas a los prostíbulos parisinos.
En 1841 su familia, exasperada, logró enviarlo en un viaje militar hacia Calcuta, pero él desertó en la Islas Mauricio y volvió a París y a la vida desenfrenada. Se dedicó a escribir artículos de crítica cultural y tradujo al francés gran parte de la obra del norteamericano Edgar Allan Poe, con quien compartía sensibilidad por el presente y de quien admiraba el estilo de terror gótico y avant-garde.
Las flores del mal
Es la obra baudeleriana par excellence. El libro causó estupor en Francia (1857) por su erotismo, alusión a las drogas y menciones diabólicas y a la muerte. Indigerible para la crítica y la censura de del imperio de Napoleón III, fue multado por indecencia y seis de sus poemas censurados hasta 1944.
Sin embargo, Las flores…, su único poemario publicado en vida, no es un libro improvisado: escrito en un francés muy pulido y de poética clásica (métrica, rima consonante, incluso poemas en latín), trabaja magistralmente las imágenes y los símbolos que expresan la palabra más provocadora que procaz. Aquí se puede leer o bajar el libro.
¿Qué buscaba «El maldito»?
La obra general de Baudelaire no es un mero capricho literario de tipo contestatario, sino un cuidado reclamo contra un mundo que percibía decadente. El siglo XIX bullía por la Revolución Industrial que empezaba a producir en masa y a generar una nueva esclavitud; tras este nuevo «progreso», la costumbres y ceremonias burguesas brillaban acartonadas e indiferentes a esta nueva forma de explotación del hombre y de la naturaleza. Ya no quedaba lugar para el individuo (diluido en la masa), ni a lo natural (oculto entre el humo y la maquinaria), ni para el hombre mismo (estructurado en los ritos de la religión y la sociedad puritana).
Baudelaire y los otros poetas malditos que le siguieron en el siglo XIX (Verlaine, Rimbaud, Mallarmé) apelaron al malditismo en sus vidas y al estilo oscuro como reacción a un entorno que vieron homogenizado, decadente. Su «malignidad» fue la oposición a lo que el mundo deshumanizado consideraba bueno. En esa línea, critica y desencantada, eligieron ser «cainitas» en las palabras, escandalizantes, no cultores del mal por el mal como sugeriría una lectura superficial de sus obras.
Como Baudelaire y los otros malditos reaccionaron a la Revolución Industrial… ¿Alguien lo haría, hoy, frente a la Revolución Digital?