Crónica: El silencio del Niqab y el turbante

Una mochila de 60 litros, mucha ansiedad y temor a lo desconocido, me acompañaron previo a tomar el vuelo FR 7754, con destino Tanger, Marruecos. Solo 8,516 km separan geográficamente al Perú de Marruecos, considerado la puerta hacia el intrigante mundo musulmán. Ser una mujer procedente de un país en vías de desarrollo, que le gusta viajar sola por el mundo, es todo un reto: En primer lugar a nivel personal; te llenas de miedos porque te cuestionas mucho la seguridad y la integridad física. En segundo lugar aprendes a encontrar tranquilidad y felicidad en los momentos de silencio que debes pasar de manera obligatoria y finalmente, sabes disfrutar de la única y la mejor compañía que existe, tu misma. 

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Con 31 años y 3 continentes visitados, quise regalarme uno más. No tuve mejor idea de por fin aventurarme a conocer un país de cultura árabe, decidiendo así visitar Marruecos. Con un poco de investigación online previa armé un itinerario de 7 días, incluyendo los puntos más importantes: Tanger, Chefchaouen, Volubilis, Meknes, Ifrane, Midelt, Rissani, el Sáhara, Ourzazate y Marrakech. Por recomendaciones de amistades occidentales contacté a una agencia que contraté directamente el viaje privado por todos los lugares mencionados, especialmente por seguridad. Llegado el día, un chofer/guía me esperaba: Hafid, de 54 años, me llevó por las 4 cordilleras que atraviesan el país: Rif, Alto Atlas, Anti Atlas y Medio Altas y recorrimos juntos en una furgoneta aproximadamente 2,000 km del territorio, pasaron varias horas atravesando maravillosos paisajes que pude impregnarme de su cultura.

Geográficamente, Marruecos y Perú tienen muchas similitudes: Hay ciudades como Tanger, con partes muy cosmopolitas con modernas construcciones, urbanizaciones adineradas, centros comerciales con tiendas de diseñadores occidentales, carros de lujo por las calles, que quedaba muy bien reflejado en su infraestructura al ser considerado uno de los puertos principales del país.

A medida que los kilómetros se alejan del Estrecho de Gibraltar, vamos ingresando al Marruecos profundo, donde el paisaje se torna más rural, con montañas cubiertas de pastizales para las ovejas y el ganado, y donde los puntos de control policial se hacen cada vez más intensos. Viajar en la furgoneta era mirar en un mismo día montañas llenas de árboles de cedros, pinos, montañas rocosas con una amplia gama de colores, paisajes desérticos pero llenos de palmerales donde se esconden los pueblos más antiguos del país, monos salvajes caminando por las carreteras, reservorios de agua turquesa hasta picos nevados. 

Maravillada de tanta riqueza natural tan igual que mi Perú, Hafid me recalcaba que Marruecos es un país antiguo, lleno de historia que tiene sus inicios con los Bereberes, tildados como los bárbaros del norte de África. Desde sus ancestros, los marroquíes son comerciantes por naturaleza, el país vive del comercio exterior, siendo el fosfato, el argán y la oliva los productos bandera; es decir, es un país regido por actividades primarias, intensivas en mano de obra y que dependen en su totalidad de la oferta de los recursos naturales.

Me sentí tan familiarizada con ello que le pregunté a Hafid: ¿Aquí también hay corrupción desmedida? Extrañado de mi pregunta repentina me respondió como en todas partes del mundo, la falta de empatía de los gobernantes no permite que las personas puedan vivir mejor, y sobre todo si solo cuidan los intereses de la corona. Terminó ese comentario y el silencio fue sepulcral, pasé aproximadamente 45 minutos reflexionando lo doloroso que se vuelve la permanencia de una monarquía en un país del tercer mundo, y sobre todo, el pronunciado sentimiento de desigualdad que siente su pueblo.

Actualmente en Marruecos existen 12 palacios reales repartidos por el territorio que alojan a aproximadamente 1,100 servidores que se encargan de su mantenimiento y cuidado. La familia real posee 600 carros y dos aviones privados para uso cotidiano, entonces, equivaldría una multiplicación de la planilla del aparato público del Perú hasta por 2. Desde el fin del protectorado francés en 1956 que instaló la monarquía en Marruecos han transcurrido 66 años y para un pueblo al que le falta todo, que alimenta los lujos de una familia real y también paga actos de corrupción de los representantes de su gobierno, la pregunta que me saltó inmediatamente fue: ¿Podría soportar el Perú este ritmo? Llevada por un impulso le dije a Hafid: ¿Por qué no se rebelan o matan al rey? Al menos fue un comentario en la furgoneta a solas, sino quizá hoy estuviera en una cárcel enmarrocada por fomentar la subversión y el terrorismo. Su respuesta solo fue: ¿Para qué matarlo si asumiría su hijo heredero al trono? Finalmente al morir perdemos el nombre, perdemos riquezas, joyas y volvemos a ser tierra, todos enterrados en una sábana blanca mirando a la Meca, todos por igual, el rey al final de sus días será tan igual como su pueblo… 

Atravesando el camino de las mil kasbahs (fortaleza en árabe), desde la cordillera del Alto Atlas hasta el desierto del Sáhara marroquí, pude observar muchas tiendas de campaña instaladas cerca a cuevas, pedí a Hafid hacer una parada y bajar a observar más de cerca. Hoy, en el siglo XXI, cuando ya la inteligencia artificial es una realidad y se reservan viajes turísticos al espacio, en el continente africano aún existe los nómades, aquellas comunidades que se trasladan de un lugar a otro, en vez de establecerse permanentemente en un solo lugar y se dedican a la ganadería y pastoreo. Una vez a la semana, el hombre del hogar camina hacia un pueblo más cercano a vender sus animales, hacer compras de comida para poder regresar con su familia y continuar con su vida no sedentaria. No tienen un registro de identidad, no gozan de beneficios de salud, no envían a sus hijos a la escuela, no tienen conocimiento sobre aseo personal, control de natalidad y no saben incluso que edad tienen.

Conocer a un nómade en el desierto de Sáhara me hizo pensar el alto grado de libertad del alma que deben sentir, sin tener noción de absolutamente nada y vivir el día a día, pero a la vez que angustia deben pasar cuando algo les falta en gran medida, cuando alguien enferma, cuando solo pueden salir adelante con sus saberes ancestrales y la voluntad de Alá. El nivel de pobreza a la que están sometidos los nómades es altísima y no existe ningún plan o programa desde el gobierno para brindarles atención o al menos construir albergues a lo largo del territorio para atender sus necesidades básicas en sus largos recorridos; simplemente el gobierno marroquí prefiere ser ciego ante esta realidad. En Marruecos y en Perú las personas con escasos recursos son las que, en su mayoría, tienen mejores sentimientos. Esto lo comprobé pues en el transcurso de los siete días fueron los vendedores en las medinas (definidos como los centros urbanos rodeados de murallas similares a los mercados de abastos peruanos), los meseros, los trabajadores en los hoteles y los guías turísticos, quienes mejor me trataron, como si fuera parte de su familia, no sentí inseguridad en ningún momento y en cada lugar que estuve me invitaron comida, te verde, agua y me regalaron desde pañuelos hasta joyas de plata. 

El islam es una religión curiosa. Los días que estuve en Marruecos vivencié el Ramadán, conocido como el tiempo de ayuno y que coincide con el mes lunar: Desde la luna creciente hasta la siguiente. A partir de los 13 años, todos los musulmanes están obligados a cumplirlo, excepto las embarazadas, mujeres en lactancia, los diabéticos y los enfermos.  Consiste en no ingerir comidas, bebidas y tabaco, desde la hora en que sale el sol hasta la hora que se oculta; durante este tiempo tampoco pueden sostener relaciones sexuales. El Ramadán es el cuarto pilar del islam. ¨No hay más grande que Alá y Mahoma” es el primero, el segundo es el mandato de la oración 5 veces al día con un llamado público mediante una bocina, el tercero es otorgar limosna al necesitado y por último, la peregrinación a la Meca en Arabia Saudita al menos una vez en la vida. Curiosamente el número 5 predomina en el mundo árabe: 5 son las puntas de la estrella que decora su bandera, 5 son los servicios infaltables en cada pueblo . La fuente de agua pública de donde muchos lugareños se continúan abasteciéndose porque no poseen el servicio privado en sus propias casas; la panadería, donde cada familia lleva la masa preparada y le retornan el pan horneado pero a cambio deben ejercer el trueque; la mezquita, el lugar de oración donde deben de acudir al menos una vez al día para el rezo arrodillados en alfombras de telas o paja y en dirección hacia la Meca (donde nace el sol); la escuela, donde se les enseña a los niños el Corán y el idioma árabe y finalmente, el baño público, un sauna de vapor, agua tibia y fría que sirve como ritual religioso que permite la limpieza del cuerpo como preparación para las fiestas de guardar del islam.

En Marruecos también reina el desorden, los vendedores ambulantes, la basura en las calles, las motos y autos transitando sin control, en la medina de Marrakech hay monos encadenados, cobras bailando al ritmo de las flautas, pero sobre todo la necesidad latente de sostener y alimentar a toda una familia. Una mujer occidental, libre, independiente y empoderada fue mi calificación fervorosa al finalizar mi viaje, luego de haber tenido la oportunidad de ver de cerca a todas las mujeres musulmanas ocultándose bajo los diversos tipos de velos: Burka, niqab, chador, al-amira, hiyab, y shayla; no solo ocultando su belleza, sino también sus expresiones, sus sentimientos. Viajar nos abre la mente, nos hace más tolerantes, nos hace ser empáticos, nos llena de conocimientos, fortalece el alma, pero sobre todo, nos otorga recuerdos que es lo que nos llevaremos al final de la vida.

Texto y fotos: Minerva