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A inicios del siglo XX, una figura altiva se paseaba por las calles de Lima. Al verlo pasar, algunas personas volteaban a ver. Abraham Valdelomar era famoso por su personalidad irreverente, sus frases ingeniosas y su vanidad exagerada. Dandy es una de las palabras que se utiliza para describirlo. Una nueva clase de erudito, uno que habitaba más en lugares brillantes, entre alcohol, música y drogas, que en pasadizos de antaño junto a académicos con bigotes blancos; un caballero diferente, ostentoso en vez de mesurado, en búsqueda constante de una belleza personal.
Durante su vida, que sería corta, fue comparado muchas veces con otro autor: Oscar Wilde, quien ganaría fama universal por razones muy parecidas a las que harían a Abraham Valdelomar conocido por todo el Perú. Había en los dos un deseo de escandalizar, de fascinar. También compartían una gran agilidad con las palabras al conversar, sin contar sus particulares formas de expresar su dandismo. La comparación suele hacerse ahí, pero, entre todas las (muchas) paralelas, había algo más que los unía: la búsqueda constante de la belleza en el arte.
Puedes escuchar el podcast de esta investigación aquí:
Oscar Wilde nació en Dublín, Irlanda, el 16 de octubre de 1854, en una familia culta y artística, que le inculcó en el un amor por la poesía. Abraham Valdelomar nació en Pisco, Perú, el 27 de Abril de 1888, en una familia cariñosa y un hogar modesto. Sus inicios no podrían haber sido más diferentes.
A finales del siglo XIX, en Inglaterra, Oscar Wilde escribía algunas de las obras que serían reconocidas como algunas de las más importantes del movimiento esteticista, el cual se puede definir con una frase: «art for art’s sake«, es decir, el arte que busca la belleza del arte en sí, más allá de cualquier filosofía o mensaje moral. El arte debía ser un placer. Obras como El retrato de Dorian Gray, con su horror, su obsesión por la juventud eterna y su homoerotismo (el cual fue cuidadosamente editado, para no causar demasiado revuelo, lo cual no funcionó del todo), y su obra de teatro Salomé, cuya primera edición fue famosamente ilustrada por Aubrey Beardsley, que con su estilo elaborado y un tanto siniestro retrató en blanco y negro la historia de Salomé, una princesa idumea que bailó frente al rey Herodes para conseguir la cabeza de Juan el bautista en una bandeja de plata, son dos de los trabajos más emblemáticos del esteticismo de Wilde.
Las ideas de sensualidad y decadencia escandalizaron a la sociedad victoriana. «La vida debería copiar el arte» era otra de las ideas asociadas al esteticismo, la creencia de que la búsqueda de placer y belleza también debían ser lo que le diera sentido a la vida.
Años más tarde, en Lima, Valdelomar reinaba en el Palais Concert, un conocido café donde importante personajes de la escena intelectual, incluyendo a su amigo cercano José Carlos Mariátegui, se reunían. «Perú es Lima, Lima es el jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert, y el Palais Concert soy yo» es una de sus frases más recordadas, aunque no hay pruebas concretas de que realmente la haya dicho.
El esteticismo de Valdelomar estaba influenciado por Wilde, a quien admiraba, y otros escritores como Gabriele D’Annunzio, un esteticista proveniente de Italia. Junto a este esteticismo trajo el modernismo, revolucionando el lenguaje y refrescando la literatura peruana de ese entonces. Había en el aire una mezcla entre la emoción de lo moderno, lo nuevo, lo innovador y las influencias de la Europa decadente.
El trabajo menos esteticista de Valdelomar tenía una naturaleza poética, introspectiva, melancólica y llena de recuerdo, donde había espacio para el sentimentalismo y el cariño, cosa que contrastaba con los ideales poco sentimentalistas del esteticismo, y también con la personalidad que se había fabricado para sí mismo. Cuando sí estaba explorando su lado esteticista, el cual era menos personal y más resplandeciente, su enfoque era distinto. Un buen ejemplo es su libro de cuentos Los hijos del sol, el cual contiene descripciones llenas de vida y drama. El alfarero es el primer cuento de aquel libro, en el cual el protagonista, es decir, el alfarero, está obsesionado con retratar la belleza del mundo que lo rodea, pero sufre al no tener los colores y recursos para capturarla. El desenlace (spoiler alert) es triste y violento: el alfarero, en un frenesí creativo, se corta el puño y utiliza su sangre y algo de agua para poder terminar su trabajo antes de desplomarse.
En 1916, Abraham Valdelomar le da vida a la revista Colónida, una publicación donde escritores jóvenes usan sus voces para responder al elitismo que dominaba la literatura en ese momento, creando así el movimiento Colónida, que trae consigo perspectivas nuevas que cambiarían la forma en la que se escribía. La revista solo tuvo cuatro entregas, pero su influencia perduró y alcanzó a escritores más allá de los involucrados en la revista.
Muchas veces, las conversaciones sobre los trabajos de los dos escritores vienen acompañadas de conversaciones acerca de la presencia de de lo queer en la vida (y trabajo) de ambos. Para uno fue algo que determinó su destino y para el otro es algo que está, para nosotros, cubierto de un poco de misterio, tal vez de manera adrede.
La intensa relación romántica entre Wilde y Lord Alfred «Bosie» Douglas es una de las cosas más conocidas de su vida. La naturaleza de su relación era intensa, compleja, peligrosa y dañina. Cuando se conocieron, Wilde tenía 37 años y Bosie tenía 21. Era rubio, delgado, de facciones delicadas y ojos azules. También era cruel, caprichoso y egoísta. Invitó a Wilde a formar parte de su mundo de excesos y derroche. El padre de Bosie, el Marqués de Queensberry, por supuesto, no aprobaba la relación entre su hijo y el escandaloso escritor, y, después de que el Marqués lo acusara de «sodomita», Wilde decidió denunciarlo por difamación.
Después de que salieran muchas cosas a la luz, incluyendo cartas personales, el Marqués fue declarado inocente, Wilde fue arrestado por conducta indecente y sentenciado a dos años de trabajos forzados, donde escribió De profundis, una triste carta destinada a Alfred. Su salud se deterioró mucho en esos dos años. Su trabajo empezó a ser retirado de las librerías, su familia cambió su apellido y su nombre empezó a ser negado. Murió solo un par de años después de salir de prisión, a la edad de 46 años, sin dinero, sin familia y sin hogar, bajo el nombre de Sebastian Melmoth, en honor a San Sebastián, que hoy en día es un ícono queer.
El caso de Valdelomar es distinto. Lo queer estaba mucho más presente en el trabajo de Wilde, era más explícito, que es algo que no podemos encontrar comúnmente en el trabajo de Abraham. De la misma manera, hay muchos rumores sobre su orientación sexual y hoy en día muchos están seguros de que era gay, aunque no hay pruebas que sean cien por ciento definitivas.
Sin embargo, está la presencia de Artemio Pacheco en su vida. Artemio era una especie de amigo y secretario que acompañaba a Valdelomar. En el libro Valdelomar o la Belle Époque, el escritor Luis Alberto Sánchez, que lo conoció en persona, describe a Artemio de la siguiente manera:
«…de ojos azules y fríos como la hoja de espada, de mentón afilado y y rizos castaños, sonrisa de ángel, delgado como un pez, sutil como un chino… Llevaba (como Valdelomar) un ópalo en el índice diestro y también consumía opio. Era irreverente y desprejuiciado. Hijo de una conocida familia capitalina…».
Se cree que su relación podría haber sido la de un romance secreto, pero no es posible comprobar, y de la figura de Artemio, o lo que fue de él, no se sabe mucho más.
Valdelomar murió a los 31 años en Ayacucho, después de agonizar por muchas horas a causa de una caída sobre un montículo de piedras que le dañó mortalmente la columna vertebral. Su cuerpo fue cargado por las provincias, donde fue homenajeado hasta llegar a Lima. Hoy en día, es conocido como el escritor de esa historia obligatoria: El caballero Carmelo, y por ser ese hombre de pelo acomodado y lentes redondos que aparece en el billete de 20 soles. Una vez dijo: «Yo represento más que una persona y un hombre, yo represento el ideal de toda una generación y el ansia infinita de toda una raza. Yo no soy una persona, sino una idea. Yo no soy un ciudadano, sino una tendencia. Yo no soy un cuerpo, sino un ideal».
Esta es la historia breve de dos hombres que crearon historias de gran belleza, repletas de imágenes que permanecen en la consciencia de nuestra cultura, tanto nacional como universal. Eran capaces de escribir textos ostentosos y llenos de brillo, pero también cosas más gentiles como El príncipe feliz y Tristitia. Ambos cambiaron sus entornos a su manera, introduciendo ideas nuevas que dejarían su marca en la historia de la literatura.
Elaboración:
Autor: Rodrigo del Castillo.
Editor: Jair Villacrez.