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Hoy desperté con la peregrina idea de que mis artículos de opinión sobre política quizás no lleguen a cambiar su opinión personal. Sin embargo, persisto en escribir esta columna. Mi objetivo no es necesariamente informarles sobre lo que acontece en nuestro país y el mundo. Para eso, existen ya los medios de comunicación tradicionales. Tampoco es mi propósito explicar académicamente los fenómenos políticos (imposible en quinientas palabras).
La idea de esta columna es entrar en diálogo con ustedes y, con algo de suerte, intentar romper lo que Noelle Neumann denominaba la espiral del silencio; es decir, escribir como un ejercicio de la libertad de expresión, como la actividad noble de sana rebeldía frente a la permanente amenaza del auto aislamiento provocado por el temor a chocar con la opinión dominante.
En nuestros días, escribir libremente se ha convertido en un acto de heroísmo; en una provocación voluntaria que, muchas veces, conllevará a la amenaza de ser martirizados por la corrección política. Todo eso sabe a lunes, a rutina.
Me quedan 332 palabras y una realidad por describir, en donde nuestras relaciones personales están dominadas por la inmediatez, las mascarillas, los selfies y el whatsapp. Una realidad absurda como la que nos presenta El Juego del Calamar, de manera que entre la ficción y la realidad ya no hay mucha distancia.
Sin embargo, debemos motivarnos a buscar la alegría, a encontrar la inspiración necesaria para retenerla, y darle un poco de musicalidad a nuestra existencia, para evitar que las tiranías mediáticas nos sigan pegando abajo, como diría el buen Charly García. No pretendo hacer de esta una página de autoayuda, ni mucho menos mostrarme como “coach de vida”, ni brindarle “filosofía barata”, aunque anoche vi, en un canal de cable, al “Hermanón” mencionar que se había desprendido gratuitamente de su filosofía de vida, comprimidas en pastillas para el alma, para entregársela a Pedro Castillo, en un arranque de patriotismo.
Por el contrario, mi interés siempre será salir del absurdo y apostar por encontrar o dar sentido a las cosas, aunque a veces, tengamos que recurrir a tácticas aparentemente “absurdas”, semejantes a la que recurre John Cage en su 4´33, aquella composición musical para piano, la que aparentemente parece ser una mala broma, pues durante cuatro minutos y treinta y tres segundos el intérprete debe mantener silencio, pero que, si decidimos ir más allá de las apariencias, podríamos afirmar que la música se encuentra en los sonidos que logramos escuchar durante ese silencio. Lo mismo sucede con las otras formas de comunicación y de lenguaje (la escritura y la política no son la excepción), por lo que, muchas veces el silencio puede decir más de lo que se puede conseguir con una imagen; de hecho, soy un firme convencido de que el poder de la imagen solamente puede ser derrotado por el silencio.
El punto es: ¿Cómo aplicaría esto para la política?
Me desconecto.