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En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú también allí estuviera…
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.
En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.
Amor, poema N°07
Dentro de Emily se habían estado moviendo las palabras por mucho tiempo, nadaban por su cabeza como anguilas eléctricas, y se paseaban por sus brazos y sus manos y sus dedos, removiendo todo dentro de ella a paso lento hasta salir caminando hacia el papel, que estaba posado sobre su mesita de madera, que estaba posada en su habitación, dónde estaba posada ella siempre, casi sin salir. El mundo de afuera se había convertido en un recuerdo, muy parecido al que uno tiene de un sueño, excepto por lo que podía ver por su ventana, el cielo y las hojas de los árboles, que le pertenecían porque los podía ver.
No muchas personas en el pueblo de Amherst podían decir que conocían a Emily, excepto por las personas mayores que tenían recuerdos de ella que tenían décadas en sus cabezas. Una de las pocas cosas que la gente podía decir de ella era que se podía era qué si alguien tenía la rara oportunidad de verla, a la distancia, estaría vestida de blanco. Se mencionaba lo prominente que su familia había sido en el pueblo, lo importante que habían sido los aportes de su padre a la educación, como fundar la universidad de Amherst, se recordaba su tiempo en el congreso.
Emily escribía y escribía, hasta que las palabras se le agotaban y dejaban de gotearle. Esto le daba un tiempo de descanso hasta la siguiente ola de palabras estuviera lista para salir. Dentro de las páginas sueltas y envolturas de dulces que usaba para escribir vertía el retrato de todo lo que sentía al pensar en la muerte que conocía tan bien, en cómo esta la acompañaba y perseguía, a veces haciendo sonar rítmicamente su pie contra el piso.
Escuché el vuelo de una Mosca — al yo morir —
Había una Calma en esa Habitación
semejante al Sosiego
entre dos Embestidas de Tormenta —
Los Ojos ya sin lágrimas — alrededor de mí —
todos contenían sus Alientos
para el último Encuentro — cuando el Rey
apareciera — en ese Cuarto —
Mis Recuerdos más íntimos — legué
con una firma, cada porción de mí
que transferible fuese — pero entonces
se interpuso una Mosca
con un Zumbido Azul — confuso y vacilante —
entre la luz — y yo —
y luego declinaron las Ventanas —
y no pude ver para ver —
Poema N° 465
A veces Emily recordaba cuando era joven, una vida anterior. Recordaba lo popular que había sido, lo mucho que había disfrutado de salir con amigos y reírse rodeada de personas. Pensaba en las escuelas en las que había estado, el fervor y la fe tan intensos que profesaban las personas que la rodeaban, que era tan perfecta y segura y en que ella no sabía si lo que tenía podía también llamarse fe. A veces, también recordaba su infancia feliz, a su padre, digno e inteligente y más joven de lo que ahora era, a su hermano Austin y a Lavinia, jugando, el sol de Amherst, y los árboles con colores suaves y felices y las casas y la gente. También recordaba cuando conoció a su Susan, y pensaba en lo mucho que ella iluminaba su mundo, desde ese entonces y hasta ahora.



Ahora, la mayoría de veces que escuchaba una voz era desde el otro lado de la puerta de su habitación. A Susan le escribía cartas con tanto amor y le dedicaba poema tras poema. Emily sentía cosas bellas por Susan, cosas tan vastas y perfectas. Sue, Susie, Daisy, June, Dollie, Bumble Bee, hermana, los nombres por los que Emily llamaba a Susan, porque Susan a secas no podía transmitir la ternura que ella necesitaba transmitir. Ahora la tenía lejos o lo que era lejos para Emily, se había casado con Austin y él se la había llevado a su casa, pero aún la sentía cerca, y esperar a leer los comentarios que tenía o recibir sus palabras de apoyo la hacían tan feliz.
Una Hermana tengo en nuestra casa –
Y una, a un seto de distancia.
Solo una está inscrita,
Pero ambas me pertenecen.
Una vino por el camino que yo vine –
Y llevó mi vestido del año anterior –
La otra, como un pájaro su nido,
Entre nuestros corazones construyó.
Ella no cantaba como nosotras –
Era una melodía diferente –
Ella misma para sí una música
Como Abejorro de Junio.
Hoy está lejos de la Infancia –
Pero subiendo y bajando las colinas
Yo le cogía la mano aún más fuerte –
Lo que acortaba todas las distancias –
Y todavía su zumbido
Pasados los años,
Engaña a la Mariposa;
Todavía en sus Ojos
Yacen las Violetas
Consumidas en tantos Mayos.
Yo derramé el rocío –
Pero tomé la mañana;
Escogí esta estrella singular
Entre las muchas que hay en la noche –
¡Sue – para siempre!
Poema N°05



En la soledad de su habitación, cuando todos estaban durmiendo, cuando la gran casa respiraba profundamente, Emily escribía sus poemas. Le hablaba a Jesús, llenándolo de preguntas, o derramaba la blancura quemante de sus pasiones, o describía misterios personales. “si leo un libro, y este hace que mi cuerpo este tan frío que ningún fuego me puede calentar, sé que eso es poesía. Si siento que físicamente, la cima de mi cabeza ha sido retirada, se que eso es poesía, esas son las únicas formas que conozco, acaso hay alguna otra forma?»
¡Noches Salvajes! ¡Noches Salvajes!
¡Si estuviera contigo
Las Noches Salvajes serían
Nuestro Lujo!
Fútiles – los Vientos –
Para un Corazón entrado en puerto –
¡Basta de Brújula –
Basta de Mapa!
Bogando en el Edén –
¡Ah, el mar!
¡Ojalá anclara yo – Esta noche
en Ti!
Poema N° 249
Cuando Emily ya no pudo ver más, Susie diseñó un vestido, con el que la vistió, para acostarla dentro de un ataúd blanco. Colocó suavemente violetas cerca de su cuello, simbolizando fidelidad, y puso heliotropos en sus manos, simbolizando devoción, y la dejó ir.
Durante su vida, Emily publicó unos 7 poemas, de manera anónima. Tiempo después de su muerte su hermana, Lavinia, encontraría en un cajón cerca de dos mil poemas, esperando como si Emily hubiese sabido que algún día serían descubiertos y mostrados al mundo.