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Por: Hernán Yamanaka.
La Navidad es la más universal de las fiestas del cristianismo: el recuerdo del nacimiento de Jesús de Nazaret ha llegado hasta insospechados rincones convertido en fiesta de recuerdos, sentimientos y consumo, casi desprovisto de su significado religioso. La Navidad es en el siglo XXI una celebración global y laica.
Hoy sabemos de la conexión de la Navidad con antecedentes pre-cristianos vinculados al sol. En efecto: el nacimiento de varios dioses en estas fechas que llamaríamos «solares» (solsticio de verano e invierno según el hemisferio) responde precisamente a un simbolismo transcultural: agonía y renacimiento, oscuridad y luz, muerte y resurrección. Por esa razón, este mes los mitos de muchas culturas asocian lo divino con lo solar: allí están los incas (Cápac Raymi), los mexicas (nacimiento de Huitzilopochtli) y los persas (nacimiento de Mithra).
Sin fecha conocida
Nadie sabe cuándo nació Jesús de Nazaret.
Y aunque la primitiva comunidad de cristianos, afincada en Jerusalén, estaba dirigida por un pariente del mismo Jesús (Santiago, «El hermano del Señor») y ha sido posible rastrear familiares jesuánicos hasta fines del siglo I, nadie se preocupó por conservar y transmitir la fecha.
Sin embargo, esto no debe sorprender -ni ser usado como argumento para negar su existencia- porque en la antigüedad el registro del día natalicio era completamente infrecuente. Nadie sabe, por ejemplo, cuándo nacieron personajes cuya realidad no se duda como Sócrates, Homero, Buda, Zoroastro, Lao-Tse, etc. Otros grandes de la historia antigua tienen registro más o menos fidedigno del año siglo o del año natal (Alejandro, Augusto, Siddhartha Gautama o Buda, etc.), pero poquísimos del día exacto.
Intentos hay muchos para determinar cuándo nació de Jesús. Desde el siglo III se proponen argumentos literarios, históricos, incluso astronómicos, pero los mejores esfuerzos no pasan de un elegante ejercicio de concordancia forzada, ninguno convence ni se sostiene. La explicación es siempre la misma: la tarea de probar que Jesús nació en una fecha precisa empieza muerta porque, a todas luces, carecemos de datos fiables. Por ello, la Navidad que celebramos empezó como la asunción de fiestas paganas preexistentes y resignificadas.
La fiesta de Saturno
Diciembre era un mes de festividad en el Imperio. Destacaban las Saturnales, entre el 13 y el 23 de diciembre, en honor del dios Saturno (el Cronos de los griegos). La celebración honraba al dios como tutelar del tiempo, de la siembra y la cosecha, precisamente en la etapa anual en que los campesinos dejaban de trabajar la tierra. Los festejos eran equivalentes a nuestros carnavales: jolgorio general, intercambio de regalos (el estándar era regalar estatuillas de arcilla), inversión de roles sociales (los esclavos jugaban a ser amos y viceversa), se hacían juegos públicos y las calles de Roma -siempre oscuras y peligrosas al anochecer- se iluminaban con grandes antorchas.
El día del sol
La religión de los romanos, como muchas otras, tenía un viejo vínculo con el sol, aunque hasta el siglo III d.C. el culto al astro-dios no entró al panteón romano con título de preeminencia. Fue el emperador Heliogábalo (218-22 d.C.), tan joven como extravagante, quien introdujo en Roma el culto del que él mismo fue sacerdote en su nativa Emesa (Siria) antes de ser llamado al trono: el dios El-Gabal, una divinidad solar representada en una roca de forma cónica (probablemente un meteorito).
Obsesionado por hacer de El-Gabal el dios supremo, Heliogábalo hizo construirle un templo en el monte Palatino y exportó de Emesa la roca sagrada con la que paseó por la ciudad en procesión desenfrenada. Finalmente, fusionó a su dios con el llamado Sol Invicto e introdujo la fiesta del Dies Natalis Solis Invicti (Día natal del sol invencible). Esta exuberancia religiosa de Heliogábalo fue intolerable para las castas sacerdotales: lograron deponerlo hastiados de su exótico culto y de su desenfrenada vida sexual. El pobre y solar Heliogábalo terminó sus breves días diseccionado y manchando con su sangre las aguas del Tíber.
Del Sol Invicto…a Jesús
En los años siguientes, hasta iniciado el siglo III, los emperadores Aureliano y Constantino continuaron el culto al Sol Invicto, lo que ha quedado atestiguado en monedas que lo celebran como protector y compañero de los emperadores. Cuando Constantino ordene el cese de hostigamiento a los cristianos (313 d.C.) y los favorezca (haciéndose él mismo creyente años después), el Sol Invicto irá vinculándose a Cristo en tanto «Sol de justicia», título mesiánico que aparece en el libro del profeta Malaquías (s. VI a.C.) y muy apreciado por los seguidores de Jesús.
Y es en esta época de paz para los cristianos en la que aparece el interés por celebrar sin restricciones el nacimiento de Cristo.
Nace la Navidad
Gracias al cronista Filócalo (en su obra El cronógrafo, s. IV) sabemos que hacia el 336 d.C., ya se celebraba en Roma el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Habrá que esperar hasta el 440 d.C. y al papa León Magno (el mismo que detuvo al feroz Atila y salvó Roma), para ver la fecha en el calendario litúrgico. Casi un siglo después, en 529, el emperador Justiniano la hizo fiesta cívica en el Imperio, con lo que selló su carácter fijo y oficial.
Entonces, señalar la Navidad el 25 de diciembre fue la respuesta a la compresible curiosidad y necesidad celebratoria de los cristianos, basándose en una fiesta ya existente y otorgándole un significado nuevo.
¿Una fiesta sobre otra?
No debe sorprender. En el cristianismo, al menos hasta la Ilustración, se usó mucho el asumir fechas y lugares del paganismo para darles un sentido ortodoxo. En el Perú tenemos muestra en las iglesias edificadas sobre anteriores huacas; en cuanto a resignificaciones, podemos ver lo que sostiene la etnohistoriadora María Rostworowski en su libro Pachacamac y el Señor de los Milagros, de 1992: una relación causal entre el preincaico dios-oráculo de Pachacámac y el origen del culto al Señor de los Milagros (que para más coincidencia inició en el barrio conocido antaño como Pachacamilla).
La Navidad recuerda el nacimiento de quien es el mesías para los cristianos, no la fecha del suceso, oculta en la discreción de su tiempo. Sea o no una fiesta religiosa, es de desear que implique luz, calor y renovación para cuantos la celebran.