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Muchos periodistas aseveran que el ejercicio de su profesión es incompatible con la literatura. Sin embargo, hay algunos célebres ejemplos de que no solo ambas disciplinas sí son compatibles sino que además, dicha confluencia deriva en maravillosos productos finales. A sangre fría, calificada por su autor como ‘novela de no ficción’ o ‘novela sin ficción’, es uno de ellos. Lo que le concede esa dimensión extraordinaria no es ni el oficio del cronista ni el estilo artístico por separado: Es la perfecta armonía entre ambas vertientes del mundo de las letras.
Inmerso en el ambiente frenético de cualquier oficina dedicada a la redacción de noticias de periódico de la época, el autor anónimo de la nota bien podría haber comunicado los sucesos de la siguiente manera: En la propiedad River Valley, ubicada en Holcomb, un pueblo de las profundidades del estado de Kansas, fueron asesinados con armas de fuego los cuatro miembros presentes de la familia Clutter, es decir, el patriarca Herbert, su esposa Bonnie, y sus hijos Nancy y Kenyon, todo dentro del marco de un intento frustrado de robo. Proseguirán las investigaciones a fin de hallar a los asesinos y la verdad…
El tiempo pasaría, el polvo comenzaría a barnizar las superficies de las cosas menos usadas, como las carpetas de archivos y el caso, sin demasiado escándalo general, añadiría un gramo de peso a la tonelada de cifras de crímenes sin resolver. O, de resolverse, tal vez la noticia no hubiese traspasado los menguados márgenes geográficos de la zona de los hechos. Todo suponiendo la inexistencia del libro A sangre fría, que, por el contrario y contra todo pronóstico, la incredulidad de quienes rodeaban a Capote era patente, puso de manifiesto el caso a nivel global, concitando la conmiseración de innumerables lectores debido al fatal acontecimento. Por otro lado, produjo la fama de Truman Capote, personaje que, con mucho esfuerzo y sin duda talento, pasó a ser objeto de admiración.
El caso se resolvió más por azar que por la sagacidad de los detectives. Pero se resolvió. Y Truman Capote narró todo el desarrollo con los nimios detalles que solo puede llegar a saber quien, in situ, se embebe de todos aquellos elementos a cuyo conocimiento no se llega apenas por testimonios: Olores, imágenes, sensaciones, sonidos, sabores, texturas, etc. Capote pululó por Holcomb por más de un año, de modo que escasos pormenores se le escaparon al libro.
Truman hace de una tragedia real una verdadera obra artística maestra. La belleza yace en el estilo, en esa manera personalísima de escribir que muy pocos escritores llegan a conquistar, esa voz propia que define, reconoce y distingue al autor. Parafraseando a Luder, álter ego de Julio Ramón Ribeyro, no se trata de buscar la palabra más bella o la más adecuada, se trata de buscar tu palabra. Y Truman Capote encontro su palabra.
Hay belleza también en el fuero interno de los personajes, incluso en uno de los asesinos, lo que indica que hasta en las personas de conductas más aviesas y sórdidas es posible hallar ciertas dosis, por más mínimas que sean, de nobleza y ternura u outras virtudes profundamente humanas. Una obra de arte perdura no exclusivamente porque el argumento o la temática sea bello: a la genuina y eterna belleza solo se la encuentra escondida, siempre exige reciprocidad, o sea, un grado de sensibilidad por parte del perseguidor de bellezas. La belleza es lo más elevado que puede generar el espíritu del hombre. En ocasiones el tema se torna un mero pretexto para decir verdades o bellezas. Las verdades y las bellezas son lo más raro y preciado de este mundo. Ambas se ocultan y su carácter intangible les proporciona aureolas misteriosas, mucho más misteriosas que cualquier caso criminal en el primer día de investigaciones.
A sangre fría contiene verdades, es evidente, pero ese es otro tema.