La despedida

Por: Antonio Pino.

En estos días pensé: ¿Cuál sería la mejor manera de despedirme de mi pierna? Además de las consabidas palabras y los intentos de filosofar el dolor, algo más íntimo, más del recuerdo, más de lo invisible que permanece.

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El mar, por supuesto, se interpuso. No puede haber despedida sin mar. Pensé que sería muy bueno que sintiera el mar, que pisara la arena sin pretensiones de huella, que dejara que el mar la abrazara por última vez.

Cerrar los ojos y saber lo que pronto olvidamos: que nos sostuvo siendo niños; que corrió para hacernos disfrutar de los juegos; que bailó, mal que bien, acompañando a la amada; y sobre todo y a pesar de todo, que caminó por senderos que me han hecho lo que soy.

Tener la conciencia de que siempre estuvo apta para llevar mi vida, y que si alguna vez se quebró, fue porque le añadí a mi vida lo que no cabía en ella…

Pero el mar… Jamás fue tan feliz como en el mar, junto al mar. Allí perdía su peso y su dolor. Allí perdía el cansancio. Hubiera sido una linda despedida llevarla al mar por última vez…

¡Ingrata memoria!

Ella estuvo en el mar en fecha cercana, casi como anuncio de lo que vendría. Fue en aquella ocasión del regalo de los amigos queridos. No lo dije en alta voz. ¿O sí? Sentado allí en la orilla, abrazado y sostenido por mis ángeles; la pierna hundiéndose en la arena al ritmo de las olas que, más que romper en la orilla, acariciaban.

Regresó la misma sensación de la niñez. Y era, sin embargo, una despedida. Como son todos los recuerdos: vienen para acompañarnos en algún adiós de nuestras vidas. No hay que sentir soledad. Nadie está solo cuando se despide. Mi pierna tuvo una linda despedida. Y ese recuerdo me acompaña ahora que le digo: «¡Hasta la próxima!». Porque será mi pierna también en otras vidas. O en el camino de las playas de la eternidad.

Nos queda mucho por recorrer porque a mí no se me han acabado los sueños. Quizás ella, pierna al fin, se dijo: «No soy ala. Es hora de dejarlo libre, porque el vuelo puede llevarlo más lejos que mis pasos». Quizás ella, pierna al fin, se dijo: «Mi camino ha terminado». Las piernas no se molestan porque uno quiera seguir sin ellas. Se molestan si uno se pregunta: «¿Y ahora cómo puedo seguir?»

Queda mucho camino por recorrer. Solo no hay que olvidar aquello que nos acompañó hasta el punto donde estamos. Mal homenaje sería permanecer en él porque aquello no estará más. Volveré al mar. Es muy reconfortante saber que se trata de un nuevo camino. Y también por qué el mar se empeña en borrar las huellas en la arena: es para que ningún paso se sienta mínimo o relegado mientras existe. Luego, la intuición: «Ya no hay pasos. Ha levantado el vuelo».

Adiós, entonces. Gracias por sostenerme y llevarme. Asumo la responsabilidad de tus errores. Hiciste lo tuyo: Llegamos. Saludos a tu hermana de mi parte. No olviden nunca a las personas que las acariciaron. Ahora, con menos cuerpo, las caricias serán más intensas y concentradas, como para que no se escape otra parte. Pero siempre estará la ausencia. Y también se acaricia la ausencia.

Adiós, entonces. ¡Gracias!