Por: Jair Peralta – Somos Ciudadanía
En febrero del 2021, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) presentó su informe denominado: “Hacer las paces con la naturaleza: un plan científico para abordar la triple emergencia del clima, la biodiversidad y la contaminación”, que destaca en importancia porque compila información científica sobre los desafíos medioambientales más importantes de los últimos años, con resultados realmente que son realmente preocupantes, pues demuestra que desde el año 1970 hasta el 2020, hemos multiplicado considerablemente la economía, el comercio y el número de habitantes del planeta (p.18).
¿Qué tienen en común estos tres elementos? Que todos ellos, de manera conjunta, han logrado duplicar las emisiones de gases de efecto invernadero, la producción de residuos contaminantes y –el pretexto del avance científico/tecnológico– han triplicado el uso de los recursos naturales, dejando cada vez menos espacio para el desarrollo de vida “no humana”.
No pretendo negar los beneficios del desarrollo científico, industrial y tecnológico que hemos afrontado como especie desde la época de la ilustración; de hecho, considero altamente rescatable el tesón con el que la humanidad se ha mantenido ávida de conocimiento y desarrollo; sin embargo, el informe antes referido ha calificado nuestra situación actual como una “emergencia planetaria” que ha sido ocasionada precisamente por ese mismo ánimo de constante desarrollo, que nos ha llevado a una situación tan irónica que bien podría protagonizar un éxito cinematográfico del género de la comedia, tenemos:
- Que, “el bienestar humano, depende en gran medida de los sistemas naturales de la tierra” (ONU, 2021, p.17)
- Que, “la prosperidad humana está sometida al aumento de las desigualdades, de ese modo la carga de la disminución de recursos medioambientales afecta más a las personas pobres y vulnerables, con un peligro mayor para los jóvenes y las futuras generaciones” (p.17)
- Que, “los sistemas económicos y financieros no toman en cuenta los beneficios esenciales que la humanidad obtiene de la naturaleza, y tampoco ofrecen incentivos para su gestión racional y mantener su valor” (p.17); y,
- Que, “El modelo de desarrollo humano de alto consumo de recursos conduce indirectamente a un cambio medioambiental global” (p.18)
Todo el avance que hemos generado para asegurar nuestro mayor bienestar, y calidad de vida, ha ocasionado en el planeta un daño prácticamente irreparable. Sin embargo, esta información no es nueva, pues aproximadamente desde 1970, los gobiernos reunidos en los foros internacionales han puesto sobre la mesa su preocupación por este hecho, llegando a asumir compromisos orientados a limitar los daños ambientales; lamentablemente, según revela la ONU, no se vienen cumpliendo los objetivos planteados en el Acuerdo de Paris, ni los objetivos mundiales de protección de la vida sobre la Tierra, sino que hemos degenerado la calidad de nuestro medio ambiente al extremo de que el día de hoy es imposible cumplir por completo las metas de conservación, restauración y utilización sostenible de recursos (ONU, 2021, p. 23-24).
Ante esta realidad, existe una necesidad latente de generar conciencia en las personas para, en la medida de lo posible, limitar el daño ambiental y buscar alternativas de solución para repararlo. Para ello, existen propuestas, como la que sustenta el profesor Edgar Garzón-Pascagaza, que postula la necesidad de “realizar una construcción de conocimiento que permita la socialización de la experiencia y los saberes locales, que se concentre en las relaciones que existen en cada comunidad entre cultura, sociedad y naturaleza, que proporciona un enfoque concreto para la participación y la construcción de derechos colectivos.”
Su propuesta es la de construir conocimiento para entender lo que acontece en nuestro contexto ambiental contemporáneo, y a partir de ahí modificar las formas de pensamiento que se desarrollan en torno a ese contexto, primero a nivel individual, pero con la finalidad de generar “nuevas formas de interacción social y de cultura ciudadana” (Op. cit., p.98), para lo cual propone valerse de herramientas metodológicas que han demostrado efectividad en las ciencias sociales, tales como la observación, el reconocimiento, la construcción del deber ser ético, y la vinculación de las estrategias del presente a las dinámicas de la historia.
Coincido con el planteamiento de Garzón-Pascagaza, en la medida que podemos observar cada vez más evidencias de que el mundo de la economía y la industria no realiza los esfuerzos suficientes para frenar hoy el deterioro del planeta, por lo que estamos heredando a las siguientes generaciones el problema de vivir en un mundo que es una bomba de tiempo; por lo tanto, la educación y la formación de conciencia en las mentes más jóvenes –quienes un día estarán al mando de las naciones y corporaciones– resulta un arma clave en la lucha por evitar nuestro proceso de extinción.
En ese mismo sentido, el profesor Hector Morán (2017), quien, además aborda la problemática desde el plano el pensamiento Kantiano de la ética, refiriendo así la existencia de un error en el enfoque de cómo se relacionan la ética y la naturaleza, lo que resume diciendo que “Esta ética, en síntesis, sostiene que siendo la naturaleza una cosa moralmente indiferente, cada operación humana sobre ella es lícita”, ante lo cual postula la necesidad de reconstruir y replantear la manera en que el ser humano percibe su relación con la naturaleza, comprendiendo que desarrollo y ecología no deben analizarse por separado, sino entenderse como partes de un todo.
Evidentemente, esta necesidad de “reconstrucción” de conocimiento y conciencia respecto a cómo el deterioro del medioambiente afecta nuestra realidad requiere del trabajo conjunto de todas las ciencias y disciplinas, pues aún aquellas que no puedan contribuir con planteamientos científicos, podrán hacerlo desde la ética de su propia área de desarrollo, siempre que puedan reconocer la dimensión del problema y evolucionar hacia una unidad de cuidado medioambiental.
A modo de conclusión, debo decir que una de las características más importantes de nuestra especie, como es la búsqueda constante de nuevas formas que contribuyan a mejorar nuestra calidad de vida, se ha desarrollado de una manera perversa e irresponsable, al punto de construirnos en los únicos ocupantes del planeta que contribuimos de manera directa con su destrucción.
Asimismo, la historia nos ha demostrado que pese a haber identificado este problema, e incluso haber planteado alternativas para frenarlo, es muy poco lo que se ha hecho para cumplir con esos objetivos, lo que me hace pensar que el interés económico, científico, financiero o industrial de la humanidad ha sido muchas veces más grande que su conciencia sobre su hábitat y sus recursos. Con tales antecedentes, es necesario comenzar a atacar el problema desde otros frentes, trabajando con las mentes más jóvenes, haciéndoles reconocer la realidad que afrontamos, tomar conciencia y replantear la relación del ser humano con el planeta, para evitar su extinción. Es necesaria una refundación de fundamentos éticos, morales, axiológicos y hasta intelectuales, para llevar de la teoría a la práctica algo que –esperemos– un día se materialice en un equilibrio más sano entre desarrollo y conciencia.