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¿Cómo es dar a luz durante el estado de emergencia, precisamente ahora que los hospitales y clínicas han desbordado su capacidad? Estas cuatro historias dan cuenta de ello.
Apenas habían pasado 10 días desde que se decretó el estado de emergencia. El mundo entero estaba paralizado; el coronavirus ya había llegado a todos lados. En la televisión, se hablaba a diario de un “martillazo” para atenuar los efectos de la pandemia, lo que incluía la medida de inmovilización social obligatoria. Pero, como la naturaleza no siempre obedece a la razón, ninguna restricción impediría que el bebé que Nakarid llevaba en el vientre desde hacía 37 semanas dejara de dar sus propios martillazos. Ese miércoles 25 de marzo, a las 10:40 de la noche, el pequeño Luis Ignacio estaba decidido a nacer, sin importar lo que ocurriera allí fuera. Él quería salir de una vez al nuevo mundo.
A la joven venezolana Nakarid Rodríguez, de 28 años, se le rompió la fuente en su casa, en el Callao, cuando estaba por ir a dormir e, inmediatamente, le avisó a su esposo, Luis Ceballos. Ambos salieron tan pronto como pudieron, cerca de las 11:00 de la noche, sin tener claro siquiera cómo llegarían al hospital, pues en la calle no había vehículos para trasladarse. El toque de queda hacía la situación más complicada.
Estuvieron esperando en la calle entre 40 minutos y una hora a ver si pasaba alguien generoso que los ayudara. Pero, a esa hora, solo circulaban los camiones recolectores de basura. Nakarid dice entre risas que, en ese momento, no le importaba si tenía que subir a esos camiones con tal de poder llegar al hospital. Su instinto de supervivencia y sus ganas de traer bien al mundo al pequeño Luis Ignacio le habrían hecho acomodarse a las circunstancias.
Afortunadamente, pasó una camioneta y se estacionó a unos metros de ellos. “Tal vez no nos ofrecieron subir al vehículo porque estamos en un contexto de desconfianza, es entendible”, explica Nakarid. Sin embargo, tras advertir lo que pasaba, las personas que viajaban en el vehículo se ofrecieron a buscar un patrullero para que pudiese auxiliarlos. Y así pasó. A los pocos minutos, llegó un auto policial en el que subieron a ella y a su esposo para llevarlos al hospital materno.
Una vez ahí, los médicos decidieron trasladar a Nakarid al Hospital Cayetano Heredia, para recibir una atención con mayor cuidado. En ese hospital también se vivía mucha incertidumbre. A diferencia de otras ocasiones, donde la pareja puede ingresar a la sala de parto para asistir a la gestante, a Luis, su esposo, no le permitieron entrar por un tema de seguridad. “Me hubiese gustado que él estuviera ahí porque yo necesitaba agarrarle la mano. No aguantaba el dolor”, detalla.
A sus 28 años, Nakarid se enfrentaba a su primer parto. Era la primera vez que sería madre. Pero eso no era todo: tenía que enfrentar la situación completamente sola y en un país lejano de su natal Venezuela, desde donde había migrado hacía algunos años atrás. El dolor del parto y las circunstancias por la pandemia hacían que todo pareciera mucho más difícil.



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Esa sensación de incertidumbre también la experimentó Cinthia Martínez, de 31 años, quien tuvo que dar a luz un 26 de junio en su ciudad, Piura, justo cuando ese departamento se encontraba entre los tres primeros con más casos de COVID-19. Esto, desde luego, la llenó de temor, pues tendría que acudir a un hospital, considerado uno de los principales focos de contagio y donde, además, las condiciones de atención no eran las mejores debido al elevado número de pacientes por coronavirus.
Precisamente por eso, Cinthia decidió atenderse en una clínica, para asegurarse de recibir una mejor atención. Sin embargo, grande fue sorpresa al llegar ahí el día del parto: la doctora que la atendería y con quien había estado realizándose sus chequeos médicos tenía un problema personal que resolver y no iba a poder asistirla.
“Me dio miedo porque, en estos tiempos, es difícil conseguir a otro médico que te atienda”, comenta. Escuchó, entonces, que en la clínica estaban evaluando la posibilidad de darle una referencia para ir al Hospital Reátegui, uno de los más grandes de Piura. “Me entró temor”, dice.
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Para Eber Olivo, de 30 años, tener un hijo en estas fechas ha sido complicado no solo por el momento del parto, sino también por tener que preparar a su esposa para estas circunstancias, como el tener que salir de casa para cada uno de los controles prenatales. Cuenta que, en cuanto se supo que la pandemia había llegado al país, pasaron de la alegría a la preocupación. “Teníamos que ver cómo cuidarnos de tantos contagios que había por el virus”, dice.
Eber cuenta, además, que la epidemia cambió todos los planes que tenía junto a su esposa, como celebrar el baby shower junto a sus amigos y familiares o realizar un viaje. Todo eso que habían venido planificando con tanto entusiasmo e ilusión quedó atrás. Ahora solo debían velar porque su pequeño, Óscar Alessandro, naciera bien.
En el caso de su esposa, Alicia Torres, una ingeniera de 30 años, ella tuvo que dar a luz por cesárea. Dada la situación misma de la pandemia, Eber quería asegurarse de que su hijo naciera bien, y prefería que fuera en una clínica para que su esposa recibiera una mejor atención. Considerando que ahora los costos de una cesárea se han elevado más de lo habitual –pueden llegar hasta los 7 mil soles–, Eber usó el seguro de salud privado que le brinda el canal de televisión donde trabaja, en Lima.
El día del parto, el 6 de junio, salió con su esposa inmediatamente hacia la Clínica Cayetano Heredia en un taxi. Tan pronto como llegaron, a ella la llevaron al quirófano, mientras que él tuvo que esperar en un cuarto aparte. “Ella ingresó sola, estuvo sola. Yo no podía ni siquiera entrar a cortar el cordón umbilical, como antes se hacía”, cuenta con cierta tristeza. Esta es su primera experiencia como padre.



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Con apenas 22 años, Carolina Benites también tuvo que enfrentarse a una situación delicada. Ella acudió al Hospital Eduardo Reátegui, en Piura, un 18 de marzo, tres días después de que se anunciara la medida de confinamiento. Ya se respiraba incertidumbre en el país, pero sobre todo en los centros de salud.
El reloj marcaba las 3:30 de la mañana aproximadamente cuando llegó al lugar para atenderse. Carolina ingresó calmada, siguiendo los protocolos sanitarios: con mascarilla y con sus propias cosas personales. Incluso, pudieron tomarle sus datos con tranquilidad. Sin embargo, las obstetras que la atenderían no se habían percatado de que las contracciones ya habían empezado.
En un momento, Carolina decidió ir al baño, antes de empezar con el parto, pero la enviaron sola, ya que, por seguridad sanitaria, era preferible tener el menor contacto posible. Una vez en los servicios higiénicos, le empezaron los fuertes dolores, sentía que su pequeña hija empezaba a salir. Caro entró en desesperación y empezó a pedir ayuda. Afortunadamente, un médico que pasaba por ahí logró escucharla y la asistió. “El doctor llegó a salvarme, me pudo auxiliar. Mi hija se me vino en el baño”.



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Nakarid estaba en el quirófano lidiando con el dolor para traer al mundo a su hijo. Cuenta como algo anecdótico que, por instinto, cogió la mano de una de las enfermeras como soporte, ya que buscaba sujetarse de algo. Sin embargo, la enfermera le sacó inmediatamente la mano, y le dijo que no debería siquiera sostenerse de alguna de las barandas de la cama ante la posible presencia del virus. “Fue su reacción, quizás por temor al contagio, es entendible”, explica. Pese a la difícil situación, Nakarid cuenta que recibió un muy buen trato por parte de quienes la atendieron en el hospital.
Mientras tanto, el esposo de Nakarid, Luis, esperaba ansioso la noticia del nacimiento. Sentía angustia por no poder ver a su hijo llegar al mundo y saber que estaría bien. “Es algo ‘chimbo’ en esta situación”, expresa. Dice que logró ver por primera vez a su niño casi por casualidad. Estaba entregando unas cosas que las enfermeras le habían encargado que comprara, cuando de pronto vio que llevaban a uno de los bebés a las camillas de recién nacidos. La emoción que sintió en ese momento fue indescriptible: el pequeño Luis Ignacio acababa de llegar al mundo.
“Quería escribirle a todo el mundo en ese momento. Pero, por la hora, mis amigos aquí en Perú y mis familiares en Venezuela estaban durmiendo. Quería contarle a alguien”, detalla.
A pesar de lo preocupante que fue la situación ese día, sobre todo por el temor de poder contagiarse del coronavirus en el hospital, tanto Luis y Nakarid dicen que sienten muy contentos porque todo salió bien. Ahora solo esperan que su pequeño hijo peruano pueda recibir todas sus vacunas, sobre todo una que le queda pendiente. El día del nacimiento siempre será uno de sus mejores recuerdos. No hay pandemia ni situación difícil que les quite esa alegría.
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Cinthia Martínez cuenta la angustia que sintió cuando escuchó que posiblemente la trasladarían a un hospital de Piura para dar a luz. Eran las 9:00 de la noche. Afortunadamente, al vigilante de la clínica La Florida, donde ella se estaba haciendo atender, se le ocurrió llamar de emergencia a uno de los médicos, quien pudo acudir inmediatamente para asistir el parto. “No hubiese querido ir al hospital porque sé que ahí hay muchos casos de coronavirus”, dice.
El día en que su hija, Siclary Natsuki, llegó al mundo, el 26 de junio, la hermana de Cinthia estuvo todo el día a su lado. Ella le ayudó a manejar la situación y, sobre todo, a superar el temor de dar a luz en una circunstancia tan incierta como esta.
Cinthia ha dejado temporalmente su trabajo en el Mercado Las Capullanas, en el distrito Veintiséis de Octubre, en Piura, porque quiere dedicarse a cuidar a su hija. Comenta que quiere asegurarse de que Siclary esté sana y de que no corra ningún riesgo. Teme salir de casa incluso para sus controles médicos porque no quisiera exponer a su pequeña, solo quiere protegerla.
Eber Olivo expresa que el solo hecho de que su bebé haya podido nacer bien en plena pandemia ya es un logro. “Una generación que supere esta pandemia debe ser valorada, es un punto”, dice. Aunque él no pudo estar con su esposa al momento que Óscar Alessandro llegó al mundo, sintió una alegría tremenda cuando supo la noticia.
Pese a que a su esposa y a él les tocó vivir esta experiencia en plena pandemia, afirma que “hay un sabor dulce y agradable por tener que asumir la labor de padres”. Cuenta, además, que el reto de asumir este rol ahora es doble, porque no solo debe proteger a su niño por el hecho de ser un bebé, sino porque hay mucha propensión al contagio del coronavirus.
Esto hace que no se anime a salir mucho de casa, salvo cuando sea estrictamente necesario, como cuando va al canal de televisión donde trabaja. Teme exponer a su esposa y a su hijo al contagio. Por eso, cada vez que lo hace toma todas las medidas de seguridad necesarias. “Yo siempre he preferido pecar de exagerado, desde un cambio de ropa hasta un baño continuo. Es lo que me corresponde como padre”, asegura.
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Carolina Benites logró traer al mundo a su pequeña Gahela el 18 de marzo a las 12:35 del día, también en Piura. Señala que se siente muy agradecida porque su niña haya nacido sana, en un momento como el que se vive ahora en el mundo. Si bien durante el parto Carolina estuvo sola, pues no permitieron ingresar a ningún familiar a la sala de operaciones, su madre estuvo con ella todo el tiempo y eso hizo que no se sintiera sola.
Desde que su pequeña nació, Carolina ha tratado de salir lo menos posible ante la posibilidad de contraer COVID-19. Solo lo ha hecho cuando su hija cumplió dos meses, ya que la tuvo que llevar al Hospital de la Universidad Nacional de Piura. Asimismo, ha limitado las visitas de sus familiares a casa.
Una de las decisiones más difíciles que ha tomado Carolina fue la de renunciar a su empleo. Dice que prefiere quedarse en casa hasta tener la seguridad de que la pandemia haya pasado y no pueda afectar su pequeña. Ahora quiere aprovechar el tiempo en estar con ella. Ella es su luz de esperanza en medio de esta crisis que se vive en todo el mundo.



Fotografía: Rosario Seminario / IG: @charoseminariofotografia