Madres de la Patria

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Por: Hernán Yamanaka

¿Qué es ser madre? Sin duda, es generar vida, estar al inicio de la existencia, aunque implica mucho más: nutrición, ejemplo, cercanía en la hora difícil, incondicionalidad. Toda esto se predica de la maternidad biológica y se aplica perfectamente a la maternidad de una nación. Y esto es lo que viene: mujeres que con directa contribución o con sutil presencia han marcado la identidad del Perú.

MAMA OCLLO

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La mítica Mama Ocllo, esposa del fundador Manco Cápac, es la primera referente femenina en el origen del Perú. Desde luego, hoy sabemos de otras mujeres que en el amanecer de estas tierras tuvieron puestos de liderazgo (la Dama de Cao, por ejemplo), pero es Mama Ocllo la que el mito y en parte la historia (ambas siempre en estrechos límites) reivindican como la madre y civilizadora del Tahuantinsuyo.

Fue Garcilaso quien nos la presentó en sus Comentarios Reales (1609) en el mito de los esposos-hermanos, hijos del sol, que fundaron y civilizaron el Cusco. Hay otra Mama Ocllo posterior (¿o es la misma?) ubicada como coya (esposa) del inca Túpac Yupanqui: esta también destaca como mujer de singular importancia, incluso con rasgos de gobernante.

UNA NOTABLE MESTIZA

Así la llama Maria Rostworowski en el libro biográfico que le dedica. Francisca Pizarro (1534-1598) fue hija del conquistador Francisco Pizarro y de la princesa inca Inés Huaylas Yupanqui, nieta de Huayna Cápac. La violenta y temprana muerte de su padre (1541) y el temor que despertaba como potencial madre de una casa reinante hispano-inca hizo que fuera llevada a España. En la metrópoli casó con su pariente Hernando Pizarro; al enviudar, se unió en matrimonio con el noble Pedro Arias Portocarrero y llevó en España una vida acorde a su estatus de hija del Gran Marqués. Francisca tuvo cinco hijos en su primer matrimonio, aunque esa línea se extinguió.

Por su origen, fusión de dos pueblos, Francisca es propiamente la madre racial y cultural del Perú. Porque ni el Tahuantinsuyo como tal existe, ni esta tierra es un dominio colonial español: el Perú es heredero y síntesis del encuentro -a veces sublime, a veces trágico- de dos mundos que hasta el siglo XVI se ignoraban mutuamente. 

La Rosa de Lima

Rosa Flores de Oliva (1586-1617) es más conocida como santa Rosa o con el cariñoso diminutivo “Rosita”. Contrario a lo que muchos piensan, Rosa no fue religiosa, sino laica: la iconografía la muestra con el hábito dominicano, pero hacerlo llevarlo era una devoción particular y no seña de pertenecer a una orden, algo parecido a usar el hábito del Señor de los Milagros durante octubre.

Algunas de las cosas que hizo no son comprendidas ni ejemplares hoy (pienso en la mortificación corporal, por ejemplo), pero sobre ellas brillan sus muchos gestos de entrega al prójimo. Su ardiente religiosidad fue aglutinante de la sociedad de su tiempo, abarcando y sobrepasando las razas y clases. Rosa fue la primera mujer que brilló por sí misma y la primera cristiana notable en el difícil escenario de la incipiente colonia.

Esposa y estratega

Micaela Bastidas (1744-1781) fue la esposa y socia de Túpac Amaru II en la rebelión que iniciaron contra la España colonial (1780-1781), la mayor en el continente. Micaela fue quechuahablante y, como la mayoría de mujeres de su tiempo, con apenas una educación elemental. Comprometida absolutamente en la causa de liberación, fue consejera de guerra y responsable de las municiones. Su visión de estratega le permitió aconsejar al esposo para que tomara la ciudad del Cusco, pero el desoírla le costó a Túpac Amaru el perder la rebelión y la vida.

Prisionera de las autoridades coloniales, Micaela padeció una violenta muerte que fue usada como escarmiento para posibles insurrecciones. Su cuerpo fue desmembrado y desaparecido, pero su memoria está íntegra en la historia.

La que nunca habló

María Parado de Bellido (1761-1822). Su paso por la Historia es muy breve, pero significativo. Mestiza y quechuahablante, vivió la etapa de emancipación que dirigió don José de san Martín (1820-1821). La resistencia del gobierno colonial (virrey La Serna) se ejerció desde Cusco y Huamanga y fue en esta ciudad donde María hizo de colaboradora en la causa: siendo analfabeta, dictaba cartas para su esposo e hijos, involucrados en el bando independentista, informándoles los movimientos de la fuerza realista.

Una de aquellas cartas fue interceptada y María apresada. Interrogada bajo torturas, nunca delató a los patriotas, limitándose a confirmar que ella era la autora (“No estoy aquí para informar a ustedes, sino para sacrificarme por la causa de a la libertad”). El general Carratalá, jefe de la plaza española, ordenó la ejecución de María por fusilamiento. Nunca habló como querían sus enemigos, pero su martirio grita a los siglos.

Las rabonas

Así, en plural. No hay un nombre concreto, una figura destacable, menos un monumento (sí en Bolivia) para estas mujeres corajudas que acompañaban al soldado (esposo, padre, hermano) en las guerras del siglo XIX, de la Independencia a la del Pacífico. El nombre genérico -quizá un poco despectivo- nació del lugar donde iban: al final de las columnas de soldados, en “el rabo”. Estoicas, guerreras sin entrar al campo, atendían a sus hombres, lo reconfortaban, animaban y curaban, sin duda arengando con gritos por el Perú.

Pancho Fierro, el insuperable acuarelista del siglo XIX, nos ha legado imágenes de estas peruanas que lucharon a su manera las guerras de la patria.

La mujeres, la base

Teresa Gonzáles de Fanning (1836-1918) fue una adelantada a su época, de aquellas que bajo incomprensiones abren caminos. Al enviudar durante la Guerra del Pacífico, fundó un colegio para señoritas (1881) con el que buscaba tanto recursos de vida como cultivar una un ideal femenino de avanzada. El Liceo Fanning fue la mejor institución educativa para las jóvenes porque buscaba formarlas para la complejidad de la vida, hacerlas sujetos activas de la sociedad y no destinadas solo al matrimonio y a lo doméstico.

Teresa tuvo también una vibrante faceta literaria y de opinión que ejerció en presentaciones poéticas, novelas y escritos para periódicos. Su gran meta fue siempre la educación de la mujer a la que llamó: “Base sobre la que se alza el edificio social”.

La abogada…que nunca ejerció

Una verdadera cusqueña “rompe moldes”. Con admirable terquedad, sin desmayar por las críticas de terceros y pedidos familiares, Trinidad María Enríquez (1849-1890) “osó” postular a la universidad para seguir estudios de Derecho (“Jurisprudencia” se le llamaba entonces). Culminó los estudios, pero aunque nunca ejerció: con argumentos legalistas y sofismas se le impidió sacar el título. Fue un escándalo en la época, no sabe si en igualdad de importancia por la novedad profesional o por la prohibición forzada.

El presidente Nicolás de Piérola le concedió singular autorización para que se titulara, pero en un gesto de dignidad de género Trinidad no aceptó algo que la beneficiaba a una excluyendo a las demás. Trinidad no logró lo que buscaba, pero abrió un camino que siguieron y agradecieron otras.

“La Dama de la Pampa”

Aunque no nació en el Perú, la alemana Dra. María Reiche Neumann (1903-1998) hizo suya esta tierra desde 1937 y cuidó con mimo uno de sus más grandes misterios: las Líneas de Nazca. Matemática y astrónoma, se dedicó en cuerpo y alma al estudio de las misteriosas Líneas haciéndolas mundialmente conocidas. A su trabajo se debe que la UNESCO las reconociera como Patrimonio Cultural de la Humanidad (1994). Nunca pidió nada, salvo que los peruanos y el Estado admiraran y preservaran ese tesoro de los antiguos nazqueños.

Su estudios se plasmaron en el libro Contribuciones a la geometría y astronomía en el antiguo Perú. Fue merecidamente honrada con las Palmas Magisteriales y la Orden El Sol del Perú. Al ser preguntada por el secreto de su longevidad y fuerza mental respondió: “Ejercicio físico, ejercicio intelectual…y mi soledad”.

La primera en la universidad

Ella Dumbar Temple (1918-1998) obtuvo el título de abogada en 1941, reivindicando así – al menos un poco – la inacabada lucha de Trinidad María Enríquez. Cinco años después logró el doctorado en Historia y Literatura en la UNMSM. ¿Su mérito? No pequeño: fue la primera mujer que ejerció la docencia universitaria, particularmente en las cátedras de historia y geografía del Perú; fue también la primera mujer en la directiva del Colegio de Abogados de Lima y la primera vocal superior suplente.

Ella fue esencialmente una destacada docente e investigadora en la UNMSM, casa de estudios que la honra como la pionera y ejemplo en una época en la que la mujer aún no tenía derechos.

La prolífica María

María Rostworowski (1915-2016) fue nuestra mayor etnohistoriadora. Hija de polaco y puneña, se educó en Europa y ya en Perú frecuentó como alumna libre los cursos de historia de la UNMSM, donde tuvo como mentor a Raúl Porras Barrenechea. Básicamente autodidacta, sus estudios nos mostraron una mirada nueva y más rica sobre el Tahuantinsuyo, la organización del Perú antiguo y sobre personajes señeros de esa época. Ya clásicos -e imprescindibles- son sus libros: Pachacutec inca Yupanqui (1953), Historia del Tahuantinsuyo (1988), Pachacamac y el Señor de los Milagros: una trayectoria milenaria (1992), La mujer en el Perú prehispánico (1995) entre muchos otros. Con gran versatilidad escribió sobre sus temas de competencia para diarios y revistas no especializadas y en los últimos años de su vida incluso cuentos para niños inspirados en las leyendas del Perú antiguo.

La maternidad de María Rostworowski, como la de tantas mujeres notables, fue su dar luces y motivación a una nación siempre sedienta de identidad.