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Aunque sus motivaciones son diversas, hay una fuerte razón que hizo que estas tres mujeres trans migraran y dejaran Perú: la libertad.
Hasta hacía tres años atrás, vivía atrapada en la homofobia y la transfobia. No tenía la seguridad de si era gay o una mujer transgénero, pero sí tenía la certeza de ser diferente. Aun así, rechazaba esa idea y se vestía como hombre por costumbre. De pequeña, evitaba mostrarse como era porque su padre le repetía constantemente “hablas como mujer”, “hablas como maricón”, “pareces cabro”, “habla bien”. Su abuela y sus tíos le decían lo mismo. A sus 10 años, le llevaron al psicólogo para saber si tenía algún “problema”. Ya en el consultorio, le pidieron dibujar a una persona, pero ella dibujó dos: un hombre alegre y una mujer triste. Ese infierno familiar en el que vivía acabó cuando, en 2017, viajó a Nueva York para visitar a su hermana y conoció a dos mujeres trans. Ahí Nicoll Requena se dio cuenta de que no estaba mal aceptarse como en realidad era. La mujer que llevaba dentro se sintió liberada y se dijo a sí misma: “Este es mi lugar”.
Nicoll, a quien sus padres llamaron Nicolás, decidió quedarse en Estados Unidos porque sentía que ahí no la trataban diferente. En Lima, se vestía como mujer esporádicamente pues, como gimnasta aérea que es, tenía esa “licencia” para hacerlo como parte de algún espectáculo. Incluso así, ella misma rechazaba la idea de ser transgénero al sentirse reprimida por la sociedad. En cambio, en Nueva York era distinto. “No había nadie afuera que me estuviera mirando raro. Y muchas veces me decían ‘qué bonita’ y yo, feliz”, cuenta.



Pasó su niñez, adolescencia y parte de su juventud en Piura, ciudad donde creció en un ambiente familiar bastante hostil para ella. Cuenta que, en casa, escuchaba a su abuela decir con frecuencia que debían matar o quemar a los homosexuales. Por eso, Nicoll nunca se atrevía a comentar nada sobre cómo se sentía.
“Me acostumbré a ser un hombre. Cuando llegaba a mi casa de la calle, decía: ‘por fin acabó el día de actuación’. A veces se me notaba que era ‘un poquito loca’”, cuenta. Como le encantaba bailar, sus familiares a veces le percibían como “un niño afeminado”, debido a sus movimientos. Incluso, decía que, de grande, quería dedicarse a la actuación. Esto hizo que alguna vez, cuando ya era adolescente, su padre le preguntara: “¿eres cabro?”, pero la entonces Nicolás lo negó. “Me fui a mi cuarto, me asusté. Tenía temor de que mi familia se entere”, dice.
Cuando Nicoll decidió asumir su identidad de género, las dos únicas personas que la apoyaron fueron su madre y su hermana, con quienes hasta ahora mantiene una buena relación. Con su padre ya no se habla. “Quien no me acepte como soy, ya fue. Yo a mi papá no lo pienso volver a ver. Él me decía que había tenido un hijo hombre. Si él quería un hijo hombre, qué pena: su hijo se murió”, dice decidida.
Detalla, además, que dejó de hablar por teléfono con su padre y sus familiares que viven en Piura desde que empezó a tomar hormonas en Estados Unidos. Explica que ellos no conocen la voz que tiene ahora.
Pero, antes de liberarse para siempre y llegar a ser feliz como es ahora, Nicolle tuvo que pasar por un proceso de aceptación bastante difícil en Perú. Cuenta que, incluso en Lima, una ciudad “abierta de mente” en comparación con el resto del país, tenía muchas amigas drag queens, pero se sorprendió al saber que ellas eran transfóbicas. “Te puedes vestir de mujer, pero debes ser hombre”, le decían. Eso también la hizo sentirse insegura de sí misma.
El 2015, viajó a Argentina y permaneció ahí ocho meses, como parte de su trabajo artístico en un circo. Estando fuera de Perú, se atrevía un poco más a vestirse de mujer, pero admite que lo hacía como un juego, junto a un amigo. “Ahí rechazaba la idea de ser trans. Tenía la idea de la transfobia de que los hombres son machos y las mujeres delicadas. Yo decía ‘no soy normal’. Así lo creí. Así me lo hicieron creer”.
Todo eso cambió cuando llegó a Nueva York. Su primer año ahí hizo todo lo que siempre le habían prohibido, maquillarse, dejarse crecer el cabello, peinarse, ponerse shorts, vestir ropa apretada. Y, sobre todo, podía hacerlo en la calle, sin que nadie le juzgara. Y ahora hace esto: lo que ella quiere y disfruta; es feliz.
A sus 33 años, a pesar de haber logrado lo que siempre quiso, Nicoll no se siente valiente. Dice que todavía no podría luchar contra uno de sus mayores temores: su familia. De hecho, ese es otro de los motivos por los que no quiere regresar a Perú, pues no quiere enfrentar a su padre, su abuela o sus tíos. “Yo aún no estoy curada, me da miedo. Yo he huido y he evitado tener esas conversaciones incómodas. No me siento valiente”, se lamenta. Por eso, está segura de que a Perú no volvería, pues teme que la sociedad, pero, sobre todo, su familia, le hagan daño.



Un futuro en Miami
Mariana Wong decidió dejar Perú e irse a Miami por un mejor futuro social. Dice que, si bien hay un poco más de apertura a la comunidad LGTBI, todavía sigue siendo muy difícil. “Yo decidí dejar mi país por eso, y venir a una sociedad donde sea más abierta de mente, donde puedan aceptarme como mujer transexual que soy. Quiero tener oportunidades laborales, profesionales y personales”, comenta.
Señala que, cuando ella dejó el país, no existía ningún apoyo para la comunidad LGTBI y, sobre todo, para las personas trans. Cree que, incluso ahora, existe exclusión y discriminación en la sociedad, y que esto también se da dentro de la misma comunidad trans peruana. “Creo que las mujeres trans debemos ponernos el caparazón y seguir adelante para luchar por lo que queremos”, dice.
Según Mariana, dentro de la misma comunidad trans hay limitaciones al dejarse influenciar por otras personas que piensan que no tienen oportunidades. Asegura que, en Perú, muchas mujeres trans se dedican a la prostitución porque ellas mismas se consideran así y cree que no son capaces de lograr otras cosas. “No solo porque alguien de la comunidad trans nos dice que no nos darán trabajo, que no conseguiremos nada, será así. Debemos sacarnos eso de la mente y luchar por nuestros derechos. No debemos dejar que una manzana podrida pudra al resto”, asegura.
Aun así, Mariana cree hay un gran problema en la mentalidad de las personas que tienen una idea equivocada de toda la comunidad LGBTI. Como consecuencia de ello, precisa, no hay políticas de gobierno que respalden a esta población. Explica que, sobre todo, las mujeres trans son mal vistas por la sociedad porque muchas de ellas se proyectan de esa manera.
Dice que, aunque ha habido algunos cambios en estas últimas generaciones peruanas, no cree que las generaciones antiguas vayan a hacerlo. Y eso lo pudo comprobar cuando hacía dos años atrás volvió a Perú de visita. “La experiencia fue horrible. Salí a la calle y todos me miraban, susurraban, murmuraban. Eso es incómodo. En cambio, aquí [en Estados Unidos] soy una más. Camino y no pasa nada”, afirma.
Mariana está segura, además, de que no volvería a Perú, pues dice que, en Estados Unidos, hay muchas más oportunidades, sin importar quién seas. “El Gobierno te apoya. Si bien aquí pagamos muchos impuestos, son bien distribuidos dentro de la población estadounidense. Yo, como mujer trans, recibo un tratamiento hormonal y no me cobran ni un solo centavo”, detalla.



Sol en Florencia
Para Sol Espinoza, el motivo por el cual tenía que irse a Florencia, Italia, era claro: mejores oportunidades y un mejor futuro económico. De acuerdo con Porpora Marcasciano, presidenta del Movimiento Identidad Transexual (MIT), una asociación italiana que vela por los derechos de las personas trans, en toda Italia viven entre 7000 y 8000 migrantes trans. Según esta institución, la mayoría de ellas son latinoamericanas, especialmente de países como Brasil, Colombia, Ecuador y Perú.
Sol cree que, en Perú, a una persona transgénero, le pueden “cerrar las puertas” y, muchas veces, limitar las ofertas de trabajo. A pesar de ello, considera que sí hay inclusión en algunos lugares del país. Eso precisamente lo vio en Lima, cuando llegó de su natal Iquitos, Loreto. En la capital peruana, le ofrecieron un empleo en un reconocido supermercado. Señala que ella siempre sintió inclusión y que respetaban su identidad de género.
Aun así, Sol, considera que hay un problema en la mentalidad social. “Tienen la idea de que las personas trans tenemos ‘ciertas actitudes y comportamientos’. Nos encapsulan y nos estigmatizan”, precisa.
Manifiesta que sí ha habido un cambio en el país, a pesar de las diversas trabas que hay en Perú. “Creo que, comparado a los años 80 o 90, sí. Ahí no hubiésemos podido tener una presencia de la comunidad trans en la sociedad”, apunta.
Sol, a diferencia de Nicoll y de Mariana, sí quisiera regresar a Perú. Confía en que pronto habrá una ley de identidad de género. “Sí regresaría a mi país. Sí voy a hacerlo, de hecho”, asegura. Ella cree que algún día saldrá el sol para ella y la comunidad trans.