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Esta es la segunda crónica que forma parte de la serie Somos quechua de Página en blanco.
- Más de 3 millones 375 mil peruanos son quechuahablantes, lo que representa el 13.9% de la población, según el Censo de 2017. La mayoría de ellos están en las zonas central, norte y sur del país. A pesar de ser una de las lenguas oficiales en Perú y una de las más habladas, muchas personas no han podido recibir educación en quechua, razón por la cual no han sido alfabetizadas o recién se alfabetizaron cuando aprendieron castellano. Los personajes de estas crónicas buscan poner en valor el idioma que los vio nacer.
Su primer contacto con el castellano fue a los 6 años, cuando comenzó la escuela en Abancay, a cinco horas de Chalhuanca, el pueblo apurimeño donde había nacido. Migró a la ciudad, donde se quedaba con sus tíos durante la semana, para poder ir al colegio y recibir educación. Ahí tuvo que aprender español porque las clases y los libros eran para hispanohablantes. Así creció Abel: hablando español seis días por semana, mientras que su lengua materna, solo los domingos, cuando visitaba su pueblo natal. «El quechua me servía nada más para comunicarme con mis familiares».
Ahora, a sus 33 años, Abel Mañuico Portillo es consciente del gran esfuerzo que hizo su familia para que pudiera recibir educación, aunque no fuese en su lengua de nacimiento. Pero también recuerda lo difícil que fue acoplarse a una sociedad que no veía con seriedad a los quechuahablantes. Cuenta que, cuando estaba en primero y segundo de primaria, tenía compañeros rurales, como él, que también hablaban quechua. «Yo los sentía como parte mía. Hablaba con ellos en quechua, hacíamos nuestro grupito, socializábamos. Pero, ¿qué pasaba? Los demás compañeros del salón nos miraban, como diciendo “esos andinos” o “quesistas”. Nos hacían a un lado de los juegos y cuando hacíamos trabajos grupales».



Fue también por eso que Abel tuvo que aprender la fonética española, ya que, una palabra pronunciada de manera diferente al resto, podía ser motivo de burla. «Había compañeros que se burlaban si cambiaba la e por la i o la o por la u, porque así habla la gente andina. Cuando nosotros aprendemos el castellano, tenemos esas falencias». Pese a ello, ni él ni sus amigos se veían limitados, sino más bien se sentían motivados a seguir aprendido.
A los 9 años, Abel llegó a pensar que el quechua podía suponer una barrera o limitación para aprender más. «Porque, por ejemplo, si había una biblioteca, todos los libros eran en castellano. Si quería pedir una información, debía ser en castellano. Y en esa época no había internet». Aun así, él nunca dejaba completamente de lado el quechua. Cada que iba a visitar a sus padres, hablaba con ellos todo el quechua que fuera posible.
«Había compañeros que se burlaban si cambiaba la e por la i o la o por la u, porque así habla la gente andina. Cuando nosotros aprendemos el castellano, tenemos esas falencias».
De hecho, por la zona donde sus padres vivían, el 80% de la población era solo quechuahablante. «Más bien, mis padres ya tuvieron que aprender el castellano por motivo del trabajo. Mi padre era comerciante. Mi madre migró a los 14 años a Lima y allá era todo castellanizado. Tenías obligatoriamente que hablar, sino había como que esa discriminación a la gente andina».



Su padre es natural de Andahuaylas y su madre, de Chalhuanca. En ambas localidades, ubicadas en el departamento de Apurímac, el quechua es la lengua principal. Sin embargo, también hay dialectos, como explica Abel. «Uno es el quechua ayacuchano y el otro, apurimeño, que es un poquito más castellanizado. Yo hablo los dos».
Tenías obligatoriamente que hablar, sino había como que esa discriminación a la gente andina.
Abel siempre ha estado orgulloso de sus raíces, nunca las ha ocultado. «Yo sabía desde pequeño de dónde venía, cuáles son mis raíces, mis orígenes. Cuando alguien me preguntaba de dónde era yo, les respondía que era de Apurímac y, como por naturaleza es una región quechuahablante, el quechua es parte de mí».
Una motivación para revalorizar el quechua
Actualmente vive en Cusco, donde también pudo ir a la universidad para estudiar Turismo y Administración Hotelera. En este ambiente, él encontró una motivación mayor para revitalizar el quechua. «En Cusco hay muchas zonas quechuahablantes. Hablan el “quechua madre”, llamémoslo así, porque es donde sale para los demás departamentos o regiones».



Inclusive, en aquella ciudad, se dio cuenta de que la variedad que él hablaba, el que le habían enseñado sus padres, era un poco castellanizada. «Nunca aprendí el quechua puro. Por eso, aquí en Cusco se me abrió más ese interés. Hay escuelas académicas donde te enseñan quechua más natural, típico de la región. Aquí es donde yo le presto más interés en querer aprender y enseñar quechua».
Además, Abel tenía compañeras y docentes quechuahablantes que, al igual que él, estaban interesados en fortalecer esta lengua. «Me sentí en ambiente, no me costó adaptarme. En la universidad tratábamos de impulsar que no se pierda el quechua. Hoy en día, en algunos lugares norandinos, se está perdiendo eso del quechua puro».
Incluso, antes de la pandemia, Abel estuvo haciendo un trabajo de investigación de universidad para hacer turismo rural humanitario. Consiste en invitar a los turistas a que convivan en las comunidades andinas unos días para que experimenten el quehacer en la chacra, el cultivo y el pastoreo, mediante un vehículo único de comunicación con los locales: el quechua.
Para él, el quechua, más que una lengua y una cultura, es una identidad. «Nosotros venimos de la cultura inca, que tiene bastantes evidencias de su historia que nos ha dejado. Entonces, es un orgullo para nosotros ser quechuahablantes».
Hoy en día, en algunos lugares norandinos, se está perdiendo eso del quechua puro.


