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“Los intelectuales odian el progreso. Los intelectuales que se llaman a sí mismos ‘progresistas’ en realidad odian el progreso”. El profesor de la Universidad de Harvard, Steven Pinker, critica, en su libro En defensa de la ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, el hecho de que intelectuales, políticos y medios de comunicación no sean capaces de reconocer la cifras que demuestran que el mundo ha progresado notablemente en los últimos doscientos años. Pinker publica cifras que demuestran que hoy el mundo es más seguro, hay menos pobreza, menos hambre y desnutrición, menos guerras que en el pasado y que, por el contrario, ha aumentado la esperanza de vida. A pesar de ello, miles de personas se empecinan en negar el progreso y, al revés, proponen recetas que pueden terminar por limitar el mismo o revertirlo, como en el caso de Venezuela o Argentina.
La situación económica del Perú nunca en su historia había estado mejor que antes de la pandemia de la Covid-19. Las cifras (verificadas en los organismos internacionales) demuestran que la reducción de pobreza en el país, desde la adopción de un sistema de libre mercado, ha sido inobjetable, que la mortandad infantil se encontraba en sus mínimos históricos, que la esperanza de vida venía en aumento, que el producto bruto interno del país se duplicó en poco menos de veinte años, que el ingreso per cápita había tenido un considerable aumento en comparación con el resto de la región. Incluso, en el peor de los casos, un pobre peruano tenía mayor ingreso y vivía mejor que un pobre boliviano, argentino o venezolano. Demuestran que hemos sido uno de los países del mundo con mejor espalda económica para soportar la crisis de la pandemia. A pesar de ello, los políticos peruanos que ostentan el poder padecen de progresofobia.
El partido de gobierno, que tiene una agenda de izquierda dogmática, se empecina en repetir falsamente que el Perú nunca había estado peor y que lo que estamos viviendo hoy es producto de los últimos doscientos años de gobiernos capitalistas. Le tienen fobia a las cifras que demuestran todo lo contrario: Que el Perú es mejor hoy que hace doscientos años, incluso, es mejor que hace treinta años.
En base a esa mentira, lo que propone el partido de gobierno es un nuevo pacto social en el que, claramente, deberá cortarse el libre mercado que ha sido el sostén del desarrollo del país en las últimas décadas. Por su lado, el Congreso de la República acaba de aprobar la contrarreforma en el sector universitario. Un atentado claro y directo en contra de la calidad de la educación superior y del derecho a la educación de miles de estudiantes, lo que limitará el progreso del país y el progreso de miles de familias.
Otra más, varios intelectuales critican (y le echan la culpa al sistema económico) de que esta generación no tendrá acceso a una buena jubilación, pero aplauden que el Congreso permita la destrucción del sistema previsional a través del retiro de fondos, sin observar que en el futuro habrá toda una generación sin una pensión suficiente y los costos de estos lo deberán asumir los futuros contribuyentes. Cuidado, advierte Pinker, que ningún progreso y ninguna riqueza es infinita. Para tener progreso y riqueza debemos generarla.
¿Por qué los políticos e intelectuales se empecinan en bombardear el progreso y la idea del progreso? ¿Por qué tienen un rechazo a la adopción de un optimismo racional? ¿Por qué gobiernan y trabajan de espaldas a las cifras? ¿Por qué no buscamos la vacuna en contra de la progresofobia?