En otoño del 2016, el gobierno de Islandia convocó a un comité multisectorial para asegurar el futuro de su lengua nacional: el islandés, hablada hoy por menos de medio millón de personas en dicho país europeo, la cual está perdiendo rápidamente hablantes frente al inglés. Un informe preliminar indicó que el gran examen de su supervivencia será el espectro digital y tecnológico, plataforma que ya tiene mucha importancia pero que cada vez más dominará las formas de comunicación humana. En Islandia ya existen instituciones que promueven y usan la lengua: hospitales, universidades, oficinas de gobierno, medios, pero consideran que no es suficiente. Para el gobierno de este país, promover su lengua es un tema de interés nacional.
Miles de kilómetros más al sur, y en un contexto muy distinto, se encuentra el quechua, la lengua originaria más hablada de las Américas, con más de 8 millones de hablantes en los países andinos, y que se conoce también como la lengua oficial del imperio Inca. En el último censo de 2017 en Perú, el 13% de sus ciudadanos (más de 3 millones) reportaron hablarla. A pesar de su presencia e influencia en Perú, no contamos ni con hospitales, ni universidades, ni oficinas de gobierno en donde esta lengua sea usada de manera prevalente y constante. ¿Por qué el quechua, con la excepción de algunas campañas turísticas, es todavía tan invisible para la sociedad oficial peruana?
Desde abril de este año existe un programa educativo del gobierno peruano llamado ‘Aprendo en Casa’, que ofrece clases para escolares a nivel nacional vía radio y televisión durante el período de confinamiento por la COVID-19. Se dedicó una edición a la diversidad lingüística en Perú y en parte se intentó responder a la pregunta de por qué formas diferentes al castellano estándar de Lima o el uso de nuestras lenguas originarias padecen de un estatus inferior en nuestra sociedad. Señalaron que, en nuestra historia, ha existido discriminación por parte de grupos de poder que han perpetuado estereotipos negativos: fuimos colonia española y, con la independencia, fuimos gobernados por una élite criolla; existe hoy discriminación étnica y muchas de nuestras 48 lenguas originarias están en peligro de extinción sin mayor apoyo institucional a pesar de que, según nuestra Constitución, son lenguas cooficiales.
El episodio en mención promovió el regreso de un largo debate público sobre la relevancia del quechua: y también nos interpela a reflexionar sobre que en realidad no se trata de la cantidad de hablantes de quechua, incluso siendo millones, sino de lo poco importantes que aún son para el resto de nosotros.
A diferencia del islandés, que es la lengua predominante en aquel país europeo, el acto de usar quechua en Perú ha tenido serias consecuencias: desde ser un estigma social y laboral hasta ser un factor de muerte durante las tristes décadas de violencia del terrorismo. Por ello, sus hablantes al migrar a grandes ciudades ocultaron su lengua materna y no se las transmitieron a sus hijos, sintiéndose extranjeros en su propio país y hasta han sido humillados por hablar el castellano con un acento o sintaxis distintos.
Nuestra riqueza cultural es motivo de celebración, pero es también un campo de grietas y heridas sociales que necesitan sanar. Es así que, en vez de entender al quechua como una carga o problema a superar, podríamos verlo como como una oportunidad a abrazar: y, por tanto, cerrar brechas de acceso a servicios a millones de peruanos que aún están a la espera de ser reconocidos como ciudadanos plenos de su país.
En los últimos años, muchos de los hijos o nietos de quienes tuvieron que silenciar sus voces están buscando reclamar las lenguas y formas de hablar de sus ancestros para así reconectar con algo que se les fue arrebatado. Es alentador que nuevos centros de enseñanza del quechua hayan abierto en aquellas grandes ciudades que fueron inicialmente hostiles, que durante la cuarentena miles de personas se inscriban en cursos virtuales de la lengua, que más jóvenes escuchen pop en quechua desde Spotify, que existan esfuerzos de conocimiento académico e, incluso, se sustenten tesis en esta lengua, que un banco haya generado un aplicativo multilingüe para sus clientes en zonas altoandinas, y que más profesionales de la salud se interesen no solo hablar español para atender adecuadamente a sus pacientes.
Revisitar una idea de país, a través de nuestras otras lenguas y dialectos, puede ser una gran oportunidad para poco a poco reconciliarnos y modificar nuestras prácticas que consciente o inconscientemente asocian la herencia indígena con lo retrógrado, lo feo, lo ignorante, como lo que algunos todavía piensan que ‘debemos superar’. Tal vez así no nos parezca tan descabellado que, de manera similar a Islandia, trabajar más por nuestras lenguas y culturas oriundas sea motivo de interés nacional.
(*) PÁGINA EN BLANCO promueve la diversidad. La opinión de los articulistas no es necesariamente compartida por el medio.
![]() ![]() ![]() | Autor: Américo Mendoza Mori Profesor de quechua y español en la Universidad de Pensilvania. Sus investigaciones sobre la cultura andina, el quechua y políticas culturales han sido presentadas en instituciones internacionales como la ONU y diarios como The New York Times. |
Fotografía: Andina.pe