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Esta es la primera crónica que forma parte de la serie Somos quechua de Página en blanco.
- Más de 3 millones 375 mil peruanos son quechuahablantes, lo que representa el 13.9% de la población, según el Censo de 2017. La mayoría de ellos están en las zonas central, norte y sur del país. A pesar de ser una de las lenguas oficiales en Perú y una de las más habladas, muchas personas no han podido recibir educación en quechua, razón por la cual no han sido alfabetizadas o recién se alfabetizaron cuando aprendieron castellano. Los personajes de estas crónicas buscan poner en valor el idioma que los vio nacer.
A los 6 años, fue llevada a la ciudad de Cusco para que pudiera aprender castellano. En la localidad donde había nacido, Llactapampa —distrito y provincia de Acomayo, región Cusco—, todos hablaban quechua y no había escuelas que enseñaran en esa lengua. Como sus padres no habían sido alfabetizados, no querían que su pequeña hija sufriera la misma discriminación que ellos habían experimentado por ser quechuahablantes. «Para mí, fue chocante al inicio porque tenía que encajar en una sociedad racista, clasista, discriminadora. Nos vinimos con todo. Empezamos desde cero aquí en Cusco”. Ahora, a sus 31 años, Inés Adelaida Quispe Puma, quiere revitalizar su lengua materna, aquella que, durante algunos años, tuvo que cambiar para poder integrarse al resto de la sociedad peruana.
Inés es también conocida como Qorich’aska, que en quechua significa ‘estrella de oro’ o ‘estrella dorada’. Recibió ese nombre hacia fines del 2010 e inicios del 2011, cuando participaba como promotora de «Elige el quechua», una de las tantas actividades que disfrutaba hacer para reivindicar lo quechua.
La familia de Inés migró por la necesidad de hallar mejores oportunidades y, sobre todo, por darle a ella calidad educativa. «Mi mamá no recibió educación porque era mujer y antes las mujeres no tenían educación. Mis papás no querían que yo sea como ellos».



Aunque Inés tuvo que aprender español forzada por las circunstancias, para poder recibir la educación que sus padres esperaban para ella, reconoce que, debido a eso, también ha podido conocer sobre sus derechos lingüísticos. «Aún nuestra sociedad es racista y clasista, pero antes era peor, mucho peor. Ahora, gracias a nuestros hermanos mayores que han abierto este camino, ya se habla de nuestros derechos lingüísticos, hay una ley de lenguas que nos respalda. Antes no había estas cosas». Precisamente por eso, ella siente el compromiso de llevar este mensaje de revitalización a todos aquellos quechuahablantes que no conocen sus derechos.
Para mí, fue chocante al inicio porque tenía que encajar en una sociedad racista, clasista, discriminadora.
Como dice la propia Inés, «una cosa es que aprendas [castellano] porque es tu derecho y porque quieres». Sin embargo, en su contexto, muchos migrantes lo hacían para poder acceder a oportunidades y buscar esa aceptación de la sociedad de ese momento. «Yo he aprendido por obligación, sino ¿cómo iba a recibir educación? No había una profesora que hable quechua. Ahora ya hay», cuenta.
Ser quechua es un modo de vida
Pero, más allá de la lengua, ser quechua implica también compartir determinados valores culturales, tradiciones, costumbres, gestos, ademanes, expresiones, entre otros. «Ser quechua es desde la forma en comemos hasta cómo miramos al sol cuando amanece. Nosotros, cuando despertamos, miramos arriba, como buscando el sol».
Y esas costumbres fue algo que también «desaprendió» en cierto modo para poder encajar en la sociedad de aquel entonces. «Uno tenía que aprender queriendo o no queriendo. No había otra opción. Ahora ya podemos decidir. En esos tiempos, uno tenía que aprender por necesidad, por obligación, en el marco de un contexto sociocultural discriminatorio. Nos discriminaban no solo por la lengua, sino por nuestro modo de vida, que estaba asociado a nuestra lengua. Y la discriminación no solo es con la palabra, sino con la mirada o algún gesto».
Mi mamá no recibió educación porque era mujer y antes las mujeres no tenían educación. Mis papás no querían que yo sea como ellos.
Qorich’aska no recuerda algún episodio en particular de discriminación explícita. Pero, mientras hace memoria de ciertos acontecimientos de su infancia, sí cree que alguna vez la experimentó con miradas o situaciones, a pesar de que en ese momento no era consciente de eso. «Yo sí he escuchado palabras y he vivido eso, pero en ese momento no hacía que me pese. No digo que no haya pasado, sino que, como todo migrante, no le importa lo que digan. Yo pensaba “debo salir adelante”».
Incluso, Inés dice que en ciudades como Cusco, donde se suele creer que hay mayor apertura a la multiculturalidad por ser parte de la región andina, también existía discriminación. «Había un tiempo en que era tan fuerte y estaba tan normalizada la discriminación. Era una vergüenza. Y uno como padre no quiere que sus hijos sufran lo que estás sufriendo. Por eso, querían que aprendas esta lengua, que es el castellano”.



Y a pesar de que ella siempre se sentía orgullosa internamente de ser quechuahablante, trataba de no mostrarlo. «Yo creo que siempre lo he llevado conmigo, pero nunca he dicho hablo quechua. Antes, al decirlo, te avergonzabas, y yo he vivido mucho eso. Más estaba pensando en que tengo que sacarme buenas notas. Estaba tan normalizado que te discriminen por tu lengua, que te miren feo. Así que, ya, pues, debes salir adelante».
Ya al terminar la secundaria, Qorich’aska empezó a mostrar con más orgullo sus orígenes. Tanto así que, cuando sus compañeras de clase del colegio Clorinda Matto de Turner sometieron a votación varios nombres para denominar su promoción de quinto año de secundaria, ella se armó de valor para proponer un nombre en quechua, aun cuando la mayoría de ellas eran solo hispanohablantes monolingües. Grande fue sorpresa al darse cuenta de que todas sus compañeras habían elegido el nombre que ella propuso: Intihina k’ancharisunchis, que en español significa ‘brilaremos como el sol’.
Había un tiempo en que era tan fuerte y estaba tan normalizada la discriminación. Era una vergüenza. Y uno como padre no quiere que sus hijos sufran lo que estás sufriendo.
Era 2009. Inés no salía de su asombro, pues en su colegio las promociones solían llevar nombres de artistas extranjeros, escritores o personajes relevantes de la realidad nacional. «Inconscientemente, ahí estaba el quechua. Mis compañeras de promoción eran hijas de profesionales, gente formada, y ellas me hicieron dar cuenta de lo importante que era el quechua».
Camino a la enseñanza
Su anécdota en el colegio le hizo notar que quería dedicarse a la educación del quechua, aunque no necesariamente a la enseñanza en un aula. Fue así que, entre 2010 y 2011, empezó a involucrarse en actividades culturales de integración y revitalización del quechua. Asistía al Centro Felipe Guamán Poma de Ayala, participó en unos cortos para el gobierno regional, trabajó haciendo algunos doblajes en quechua para películas en español, se sumó a varias campañas de concienciación sobre el quechua en la Plaza Túpac Amaru.



Pero su gran momento llegó cuando, en una activación llamada «La hora del quechua», el animador se tuvo que ausentar. Entonces, le pidieron a ella que animara, ya que dominaba muy bien el quechua. Aunque al inicio no quiso, Inés terminó haciéndolo tan bien al punto de que a muchos les gustó su energía y dinamismo. Entre juegos como adivinanzas, vocabulario, chistes y concursos de baile, terminó descubriendo su vocación como promotora del quechua, labor que desempeña hasta hoy de diferentes formas.
Ese mismo día fue que la bautizaron como Qorich’aska, alias que lleva hasta el día de hoy y con el que la mayoría la conoce. De hecho, Inés también dicta clases de quechua mediante el centro cultural Saphi, un emprendimiento social que también tiene como fin difundir el idioma y la cultura quechua.
Inés quiere seguir trabajando en la revitalización del quechua —desde su alias— para que pueda no solo enseñar la lengua, sino también las costumbres y tradiciones que implica, de manera que la comunidad quechua, sin importar de qué región sea, se sienta orgullosa al igual que ella. Quiere darle la oportunidad a más quechuahablantes para que conozcan sus derechos, esos derechos a los cuales ella recién pudo acceder cuando fue castellanizada.
Mis compañeras de promoción eran hijas de profesionales, gente formada, y ellas me hicieron dar cuenta de lo importante que era el quechua.