Tarata y el símbolo de la valentía: Vanessa Quiroga

Jair Villacrez
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Ya son 28 años desde que ocurrió el fatídico atentado en la calle Tarata. Una de las sobrevivientes, quien fue denominada ‘la niña símbolo’, narra cómo ocurrieron los hechos aquella noche del 16 de julio de 1992.

Hasta ahora, cada vez que escucha el pisar de los vidrios, su cuerpo se estremece. Ese sonido le evoca lo que vivió hacía casi tres décadas, cuando apenas tenía cuatro años. Era 16 julio de 1992 y las manecillas del reloj marcaban poco más de las 9:00 de la noche. Ella acompañaba a su madre, Gladys, en el quiosco ambulante que tenían en la calle Tarata, Miraflores. De pronto, hubo un apagón, y se aferró a la ropa de su mamá, tal como le había enseñado, pues podría tratarse de algún atentado terrorista ocasionado por Sendero Luminoso, bastante común en esos años. De repente, se escuchó un fuerte estallido que convirtió toda la calle en llamas. Su madre gritó: “¡Coche bomba!”, y tomó a su hija para alejarla del peligro. Cruzaron hacia la avenida Larco. Una vez ahí, la niña le dijo a su madre que sentía picazón en la pierna, y, cuando ambas miraron hacia abajo, se dieron cuenta de que a la pequeña Vanessa Quiroga le faltaba su pierna izquierda.

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Han pasado 28 años desde ese fatídico hecho, que cobró la vida de al menos 25 personas y dejó más de 200 heridos. Vanessa es una de las sobrevivientes a la que se denominó ‘la niña símbolo’, debido a que su historia fue la más conocida no solo por lo impactante que era, sino también porque se consideraba una muestra de valentía. “Gracias a mi mamá yo he podido superar esto. Ella fue mi psicóloga, a pesar de ser una persona que no tenía estudios básicos”, cuenta.

Destaca, además, el coraje que tuvo su madre para llevar esto. Prueba de ello es haber ido a buscar la pierna de su niña inmediatamente después del atentado. “Mi mamá se quedó en Tarata a buscar mi pierna. Ella leía mucho una revista llamada Selecciones y por eso creía que podían reimplantarme la pierna”, dice. Gladys, su madre, no se daría por vencida fácilmente. 

Vanessa Quiroga. Créditos: Andina.

Afirma que su mamá encontró su pierna de manera casi anecdótica: “Mi mamá vio que una señora estaba buscando algo entre los escombros y la vio coger la pierna, pero esta persona, al notar lo que era, la lanzó por lo espantada que estaba. Entonces mi mamá corrió a recogerla”. Una bombera ayudó a la señora Gladys a ubicar a su hija, Vanessa, quien había sido llevada al Hospital Casimiro Ulloa. Debido a la gran cantidad de heridos que había en el lugar, la niña fue trasladada a la Clínica Adventista (actual Clínica Good Hope), y Gladys fue a ver su pequeña hasta allí llevando la pierna, con la esperanza de poder recuperarla. “Ya en la clínica me dijeron que la pierna derecha se podía operar, pero la izquierda no. La pierna que mi mamá había logrado recuperar no se podía reimplantar”. 

Desde ese momento, Vanessa utiliza prótesis. Al inicio, ella no tomaba conciencia de todo lo que pasaba. Narra que, inclusive, cuando una tía suya fue a visitarla mientras estaba hospitalizada, la misma Vanessa dijo entre bromas: “Mira, tía, no tengo una pierna”. Cree que, en ese entonces, le ayudó mucho el factor niñez, la inocencia. Cree que las cosas habrían sido distintas si le hubiese ocurrido esto de adulta. 

Ella recién cayó en la cuenta de lo que le había pasado cuando empezó a crecer. “Después ya hubo dolor, rencor, cólera, tristeza. Pensaba ‘yo nunca voy a poder correr, jugar, ponerme tacos o hacer otras cosas que hacen las demás niñas’. Recién ahí me sentí mal”, reconoce.

Durante todo este tiempo, Vanessa ha recibido apoyo económico para poder cubrir el costo de las prótesis que ha venido utilizando. Desde reconocidos políticos, entre ellos el exalcalde de Lima Alberto Andrade, hasta destacados empresarios se ofrecían a pagarle la prótesis. Incluso, alguna vez le compraron una traída desde Alemania, valorizada en cerca de 7 mil dólares. “Han sido varias las personas las que me han ayudado con mi pie de becerro”, dice entre bromas.

Vanessa Quiroga, en su primer día de clases. Créditos: El Peruano.

Valentía, frente al temor

Vanessa confiesa que todavía siente temor ante un eventual resurgimiento del terrorismo. “Hay factores para que se puedan reiniciar el terrorismo. Últimamente, ha habido varias revoluciones en la región durante la misma época. Se está abriendo el momento propicio”, asegura.

También señala que, en la actualidad, se está viendo unos remanentes del terrorismo en el Vraem. “En estos momentos de crisis que estamos viviendo, vemos cómo los poderes del Estado se están peleando. Eso da pie para que estos grupos empiecen a levantarse. Hay q tener mucho cuidado”, advierte. Considera que este es el momento ideal para forjar una cultura de paz y enseñar a los jóvenes que no vivieron esa época acerca del pensamiento Gonzalo para que no lo apoyen. “Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, enfatiza.

Comenta que, en un viaje que realizó el año pasado a Cajamarca como parte de su trabajo en el programa ‘Terrorismo, nunca más’ del Congreso de la República, les apagaron las luces mientras daba un taller de sensibilización y educación sobre los estragos de la violencia terrorista. Explica que este tipo de acciones todavía son recurrentes en algunas partes del país. 

Pese a ese temor que Vanessa aún siente, ella sigue concienciando a la ciudadanía sobre estos temas, porque está convencida de que solo así se podrá luchar contra ese mal. Su valentía es mayor que su miedo. Además, sigue yendo a Tarata. De hecho, nunca ha dejado de hacerlo. Dice que, después del atentado, su mamá y ella han seguido yendo porque era su segundo hogar, su lugar trabajo. “Para mí, siempre ha sido como ir a la casa donde has vivido un terremoto y, aun así, estás ahí”, señala. 

Vanessa Quiroga, cuando era adolescente, en su puesto en la calle Tarata. Créditos: Andina.