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La depresión no es nada nuevo pero sí causa sensaciones nuevas para quien la padece; marca un antes y un después en su vida. Tenemos una idea sobre qué es estar deprimido y parece que salir de ese “estado” es fácil “echándole ganas”, pero quienes la han padecido saben que no es así de fácil.
Uno de ellos es Leandro, su nombre verdadero se guarda en reserva por respeto a su privacidad, que tras 6 años de padecer de depresión, nos comparte su testimonio para crear conciencia y que las personas busquen ayuda y se permitan ser ayudados.
Leandro llevaba una vida normal. Es un chico medianamente tranquilo, no creaba problemas, se llevaba muy bien con sus amigos, no tan amigos y su familia. Un joven amable, bueno y sincero. Pero las situaciones o la vida no fueron amables con él (o así lo sintió) cuando de un día para otro, sintió que todo se fue en picada y él también. La luz que muchos veían brillar en él se fue apagando de a pocos y fue reemplazada por una mirada abatida, actitud nerviosa y voz frágil.
«Yo era consciente de lo que sucedía, algo no estaba bien, pero cada vez que estaba a punto de decirlo, algo no me lo permitía […] Lo más triste no era ver que yo había cambiado, sino sentir que nadie lo había notado». La soledad, el vacío, la incomprensión, las ganas horrorosas de gritar y sentir que nadie le entendía eran insoportables y también parte de su rutina diaria.
Si algo le hubiese gustado era que alguien le dijera algo que no le hiciera sentir que estaba solo. «En un país donde parece que en los colegios privados no se quiere hablar sobre salud mental, depresión, prevención del suicidio, alcoholismo, etc., es imposible tener el apoyo necesario de una manera más preventiva, antes de que cosas malas sucedan», fueron sus pensamientos que recuerda hoy más tranquilo y consciente, tras haber llevado terapia con una psicóloga y con un psiquiatra. «La gente cree que ir al psicólogo o al psiquiatra es para locos y que no sirve de nada, incluso yo solía pensar eso, pero son un soporte que de verdad te ayuda a salir adelante. La psicóloga fue mi apoyo, las pastillas recetadas por el psiquiatra también, pero todo dependió de mi voluntad para salir adelante», dice. Y así fue.
Tras cinco años en una montaña rusa de emociones, vivir cosas que jamás se imaginó, tener dos ataques de ansiedad, sufrir mucho por la poca atención que se le daba a su problema y sentir que no tenía lugar en el mundo, decidió tomar cartas en el asunto.
«Sentí que tenía que hacer algo, no quería seguir viviendo eso, no me lo merecía».
Un día habló con sus padres, buscó ayuda en personas de confianza, fue a terapia y vio lo valioso que era. «No fue fácil, me costó mucho al inicio, pero valió la pena, logré cambiar. Todo esto gracias a mi esfuerzo y a dejarme ayudar por otros».
De esta situación aprendió la empatía, tener cuidado con lo que dice y el cómo se hace, no ser prejuicioso y no minimizar los problemas de nadie. Al contrario, intentar ver más allá porque, según menciona: Esto va incluso para los padres, puede que la persona más alegre, tanto como la persona más calmada, como a la que aparentemente no le pasa nada, sienta que está viviendo un infierno.