Un combustible apagó al mar

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En el 2022, luego de un derrame de petróleo causado por Repsol, la playa de Ancón fue cerrada por ser considerada como un sitio perjudicial para la salud pública. En la actualidad, sus visitantes piensan que ello ya es historia e ingresan a nadar sin ningún cuidado.

El vaivén del oleaje salvaje y ennegrecido azota con fuerza las orillas del balneario de Ancón. En su ir y venir dejan algunas redes abandonadas por los pocos pescadores que se ven en el horizonte, algunas botellas de cerveza y animales muertos, embarrados de una sustancia negra y viscosa, aún moribundos, intentando moverse como suerte de una lucha entre la vida y la muerte. Si nos acercamos un poco más encontraremos un par de trabajadores vestidos de pies a cabeza con un traje blanco y una mascarilla transparente que les cubre toda la cara, como si se tratará de científicos salidos de películas futuristas. Recogen los desperdicios con una pala y los depositan en una cubeta grande bajo el sofocante sol que cala hasta los huesos. “Antes había más trabajadores, pero poco a poco fueron reduciéndose y no sé por qué”, me dijo uno de ellos. Parecía muy cansado y eso que aún no se había recorrido ni la mitad de la playa.

Alrededor las personas parecían ser ajenas a aquella disputa entre la naturaleza y la muerte que se daba en el mar y sus orillas. Las tiendas, los tricicleros y las parejas caminaban como un sábado de playa cualquiera. De alguna manera parecían haber olvidado que el 15 de enero del 2022 se produjo uno de los desastres ambientales más impactantes ocurridos en el litoral peruano. Un derrame de petróleo producido por la conocida empresa de combustibles Repsol que afectó a 13 playas del Perú; dentro de ellas, estuvo la de Ancón, por lo que inmediatamente se prohibió el ingreso a las personas, con el fin de cuidar su salud y de prevenir futuros daños, además del cierre de los negocios de la zona. Desde entonces, Repsol envió varios trabajadores para limpiar el desastre ocurrido. Los primeros meses se veía a un gran número de personas vestidas de blanco que recorrían las costas para tratar de remediar lo sucedido. Camionetas y camiones que circulaban tarde y noche los largos tramos de punta a punta en la playa recogiendo los animales marinos que habían muerto embadurnados de petróleo.

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El balneario es el más visitado. Tiene un tramo largo, como si de una calle serpentea y estrecha se tratará, a primera vista, los mismos trabajadores de la municipalidad ayudan a recoger los desperdicios de petróleo. Van con escobas de aluminio, su uniforme azul y un gorrito de tela para cubrirse del sol. Gloria, de 45 años es una de ellas, suda a chorros y por las largas horas a las que ha estado expuesta al sol se le ha ennegrecido aún más la piel.

“Cada día aparecen más y más animalitos muertos, algunos respiran, otros solo intentan volver al mar. Me da pena porque se nota su dolor y su sufrimiento, pero qué puedo hacer yo. Más que ahora que es temporada de verano, las personas botan basura y entran. Parece que no les importan los carteles de advertencia. Dejan bolsas de chizitos, latas de Four Loko y es un suplicio sinceramente”, me dijo con una voz gruesa y cansada. Gloria no es ajena a la realidad; los carteles de advertencia dicen: “PLAYAS CERRADAS”, “PLAYA NO HABILITADA”, PLAYAS CERRADAS POR DERRAME DE PETRÓLEO” y entre otras advertencias que abundan en cada esquina del malecón. “A la entradita no se nota mucho, las personas están sentadas a un costado, pero ve más al fondo. Varias familias metiéndose al mar con sus hijos y grupos de chibolos que andan como si nada. Después se quejan de que los desprotegen y la canción”.

Hasta negocios que aparentemente deberían estar afectados por el cierre tienen clientes como un día normal. Y es que varios niños se amontonan en los pequeños puestos de golosinas dispersados a lo largo del tramo. Juegos barriales como tumbar la lata o lanzar la moneda para ver en dónde cae parecen recibir más gente por minuto. “El negocio está tranquilo, no es que seamos millonarios, pero a nada. En un principio sí nos fregó horrible, pero ahora estamos más estables. Hace semanas está bien el negocio y no me quejo, veo que vienen así todo relajados a meterse al mar”, me comentó Luciana, una vendedora de pulseras y collares artesanales que usaba como mesa para exponer su trabajo, el piso del balneario. Ella había sentido el fuerte impacto del cierre de playas, pero con el pasar de los meses la situación fue mejorando y lo mismo perciben sus colegas que están en los quioscos de al lado. Ellos también reciben con agrado a la gran cantidad de personas que visitan Ancón. En un buen día pueden ganar hasta 200 soles.

“Además, los pitucos salen todos los sábados y algunos me dan pelota, mientras que otros solo van a esos clubes privados que están en las orillas de la playa por al fondo. Hasta puerto tienen. Los veo en familia y en camisa corta”, agregó Laura. El balneario también tiene su parte exclusiva, que en los primeros días del cierre había tenido pérdidas considerables, pero eso ya es periódico de ayer, ya que tienen puertas abiertas a clientes VIP. Los miembros entran y salen sin apuro, algunos salen mojados y en short de vuelta a sus departamentos en las residencias ubicadas en frente. Son recibidos con mucho agrado y de reojo se los puede ver disfrutando de un enorme plato de ceviche con causa acevichada.

“Los blanquitos pueden hacer lo que quieran cuando quieran”, opina Gloria. “De seguro su parte ya fue limpiada por su personal privado”. Aunque no suena muy disparatada esa idea, lo cierto es que, si fuera así de fácil, varias partes de las playas ya se hubieran reabierto. El oro negro se esparce constantemente, arremetiendo contra la fauna marina y contra la salud de las personas, por lo que aún queda mucho por hacer, no es tarea de semanas, sino de meses e incluso hasta de años. Expertos indican que se requiere de un arduo trabajo, al igual que lo sucedido en las comunidades amazónicas más olvidadas.

Siguiendo el recorrido por el balneario, se hace imposible obviar la presencia de serenazgos y fiscalizadores, vestidos con sus característicos chalecos azules y gorras negras con el nombre y escudo del distrito. Se hablan por su intercomunicador y de lejos miran a los bañistas y familias que entran a la playa. Por momentos anotan sagazmente todo lo que ven, guardan su libreta y continúan con su recorrido diario, otros simplemente sacan su celular para fotografiar todo lo que sucede. “No puedo obligar a las personas a salir de mar, ellos ya son conscientes de lo que hacen”, me dijo uno de los serenos, como si intentara levantarme la voz. “Lo único que podemos hacer es reportarlo a nuestros superiores, ya después ellos ven lo que hacen”.

No es de extrañar que muchos serenazgos son pocos valorados y más cuando se trata de aplicar una norma, si hasta a los propios policías se les levanta la voz. Lo único que pueden hacer es advertir verbalmente e informar de todo lo sucedido. Un escenario que deja reflexionando mucho por la conducta que adoptamos y más cuando se trata de una cuestión de salud que no es advertida recientemente, sino que ya se había voceado desde hace un año.