El 31 de mayo de 1970 a las 3:23pm el suelo empezó a temblar. Fue un sismo de 7.5 grados en la escala de Richter, en Áncash. Se sintió en toda la costa norte y gran parte de la sierra peruana.
El movimiento sísmico de 45 segundos de duración provocó el desprendimiento de uno de los picos del nevado Huascarán, lo que produjo un aluvión de aproximadamente 40 millones de metros cúbicos de hielo, lodo y rocas. Yungay, la segunda ciudad más importante del Callejón de Huaylas, quedó sepultada, así como el pequeño poblado de Ranrahirca. Pobladores supervivientes afirman que el violento aluvión tenía más de cuarenta metros de altura y botaba chispas de colores.
De las 25 mil personas que había en Yungay, solo sobrevivieron 300, entre ellas un grupo de niños que asistieron a un circo. El terremoto, considerado el más destructivo de la historia del Perú, dejó aproximadamente 70 mil víctimas; y cerca de 60 mil familias peruanas se quedaron sin vivienda.
Tanto Yungay como Pisco hacen notar la importancia de preparar al país para una eventualidad como esta, sobre todo si se trata de un sismo de gran magnitud. Ya el Instituto Geofísico del Perú (IGP) ha advertido que, en Perú, se espera un sismo de una magnitud superior a 8,5. Según el mapa de vulnerabilidad física del Perú, cerca del 36.2% de la población peruana ocupa espacios geográficos en condiciones de vulnerabilidad alta o muy alta.
Para una situación así, se han recomendado medidas como realizar simulacros de sismos y tener una mochila de emergencia en casa. Sin embargo, pone en evidencia lo urgente que es la planificación urbana. Yungay no olvida.